Carlos César Sánchez Hernández "Charlie Monttana" (1961-2020)
“Ha estallado una tormenta, sólo yo me he dado cuenta”
Cristobal Sansano, Hoy la luna sale para mí, interpretada por Mónica Naranjo, 1994
Por supuesto que recuerdo la primera vez que leí La Peste de Camus
Una de mis más grandes tragedias sufridas en la adolescencia fue el descubrimiento, una tarde de abril del recién estrenado e inofensivo año 2000, de la calle de las librerías de segunda mano en el Centro Histórico. Una o dos compras en cualquiera de esas tiendas polvorientas mantenidas por adolescentes malpagados que difícilmente contagiaban el espíritu dinámico comúnmente asociado con la lectura en carteles poco creativos eran suficientes para terminar con un nutrido puñado de separadores y bolsas para la basura que te recordaban, quisieras o no, la calle de Donceles. Volvería muchas, muchísimas veces ahí. A esa misma calle la engalanaban tiendas de fotografía, con cámaras fascinantes, flashes que no entendía cómo funcionaban y una sensación de novedad que se podía palpar desde las vitrinas, y también a pocos pasos de ahí se encontraba un misterioso (o eso me parecía en aquel entonces y también me lo parece ahora) cine para adultos. De todas estas maldiciones en forma de establecimiento sucio y con un aire eterno de venir a menos, yo tuve, lamentablemente, que terminar en los libros.
Encontré el ejemplar de La Peste que a la fecha conservo, una noche algunos años después, rozando el cierre (¿aún cerrarán a las 8?). Entre las letras a las que solía pasar lista en busca de un grupo particularmente predecible de autores de la sección de literatura universal, como sacados de un vulgar acordeón de historia de la literatura contemporánea aprendido con trabajos por un muchacho de preparatoria cualquiera (y de la que está de más decir que raras, rarísimas veces saqué nada), tras hacer la inspección de rutina en los primeros anaqueles (me la sé de memoria aún: Allen, Beckett, Borges, Burgess, Céline, Coupland…) apareció el tomo deshojado, sin portada, con páginas antiquísimas completamente amarillas de Camus. Era el primer Camus que aparecía entre la estantería que en tantas ocasiones peiné buscando clásicos modernos, y era obvio por qué. Hoy día me da miedo abrir siquiera mi ejemplar porque pienso que las hojas ya deben ser polvo (similitud pedante pero interesante: no recuerdo dónde, pero por ahí decía Borges que cuando era niño, por las mañanas le sorprendía encontrar los libros tal y como los había dejado en la noche, pues pensaba que las letras se desacomodaban mientras dormía y no eran vigiladas).
He aquí un secreto amargamente aprendido por experiencia: quien frecuente estos tugurios sabrá que una estrategia particularmente triste pero aparentemente efectiva de estas librerías es colocar sus pocos best-sellers (si es que tal cosa existe en una librería de viejo) en un anaquel especial a lado de la caja en la entrada para poder despacharlos de inmediato a aquellos clientes despistados que llegaban a la tienda preguntando por Lolita de Nabokov o algún libro de Carlos Castaneda. Digo que es un secreto aprendido con amargura porque este librero estilo fast-food de precios inflados me impedía revisar los libros que verdaderamente buscaba de Borges, Kerouac y similares, entre los cuales siempre se encontraba Camus. Por eso fue un hallazgo encontrar mi ejemplar de La Peste entre la chusma confinada a los libreros corrientes, porque significaba que forzosamente debía ser más barato que el “best-seller de librería de ocasión” promedio. Cuando lo abrí, la primera página le hacía justicia a su destartalada condición: $10, menos un 10% de descuento pagando en efectivo, que nos daba el ridículo y muy, muy, MUY universitario precio de $9, ¡imagínate vivir en Berna y perderte de experiencias como estas! Recuerdo también que esta visita a la librería El Inframundo se debía a que me encontraba haciendo tiempo antes de un concierto de Radar. Los días del extinto festival de experimentación sonora Radar, como rezaban los carteles con los que yo esperaba encontrarme con ansias desde marzo, eran mis días más felices del año. Ni idea qué habré escuchado aquella noche (¿piezas de Scelsi para clarinete, a Aki Takahashi interpretando una Gymnopédie?), pero estoy seguro que la emoción del concierto se habrá sentido como una emoción de dos pisos, con mi roída mochila de estudiante universitario bajo el asiento del Anfiteatro Simón Bolívar, cargando un libro nuevo que de milagro se mantenía en una pieza.
Cualquiera hubiera considerado esta ganga como una franca inconveniencia ante la idea de tener un libro sin tapas. Yo no. Para mí era una oportunidad perfecta para poner en práctica desvergonzadamente mi habilidad, si no es que superpoder, de empastar libros. En aquel entonces, gracias a una paciente y desinteresada clase relámpago tomada al oriente de la ciudad en unas vacaciones de navidad, había descubierto que hasta el fajo de hojas más inservible podía convertirse en un nuevo objeto, un conocimiento que a la fecha me sigue siendo muy útil (¡gracias, Herzel!). Lamentablemente, la segunda oportunidad que mi ejemplar de La Peste estaba recibiendo era una oportunidad condicional: con tapas de cartón de caja y uniones pegadas con masking tape decoradas con una orgullosa estampa mecanografiada en el lomo y la cubierta que rezaban Albert Camus / La Peste, mi libro era prácticamente ilegible. Recuerdo que cuando lo vio, Lau dijo en el tono de voz que hacía cuando adoptaba el aire de otro hablante pero conservando su tono usual (y que por lo tanto tomaba tiempo de conocerla para detectarlo) algo como: "Hola, soy Roberto y hago libros que no pueden abrirse". No le faltaba razón, pero también es cierto que ese libro sólo tuvo que soportar su forzada apertura una vez, pues desde entonces no lo he vuelto a leer.
Leí angustiado sobre la plaga que azotó al Orán de Tarroux y pude imaginar muy claramente a las ratas ensangrentadas yaciendo bajo el sol argelino durante algunas mañanas de universidad (creo, frías) en las que esperaba clases. Sentado sobre las escaleras de cemento áspero y sucio que por generaciones han defendido a la UNAM del funcionalismo y la decencia arquitectónica, la idea de Camus de una ciudad encerrada que anhelaba los encuentros, que los sentía perdidos desde hacía mucho, me parecía estoica pero también un poco cansada. Camus logró compartir atinadamente esas ansias por abrir la ciudad nuevamente, lo hizo tan bien que lograba compartir igualmente el sopor y el tedio de la espera. Quizá por eso no volví a Camus, aun cuando nuestro profesor de teoría del arte e historia del arte mexicano lo citaba tantas veces diciendo que, palabras más, palabras menos, "uno se encontraba tirado en esta sociedad" (aunque puede que me esté equivocando en quién lo dijo). Siempre me quedé con la curiosidad por saber más sobre quién era Camus, por qué en las contraportadas de los libros de Michel Houellebecq (que atesoraba en mis años de estudiante y aún atesoro) lo calificaban como su heredero, por qué escribió un libro titulado El mito de Sisifo y de qué se trataba mi copia en francés de L'Étranger que jamás leí en su idioma original pero sí en un .epub traducido al español apenas hasta este año. Hacía mucho que el final de un libro, su última página, no me sorprendía tanto como la de El Extranjero. Lo más cercano sería Saint-Cirgues-en-Montagne, el último capítulo de Ampliación del Campo de Batalla, del ya mencionado Houellebecq.
En 2020 no leí La Peste de Camus, tampoco escuché una Gimnopedia en concierto (moriré sin haber escuchado en vivo a Satie), pero sí leí, vi y oí otras cosas interesantes, y fueron estas:
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El mejor libro que leí en 2020:
Nunca he podido escribir sobre libros. De plano no sé cómo se haga. Las pocas veces que lo he intentado siempre termino como los tontos que suben reseñas de mangas a Youtube, hablando de lo que leyeron igual que si fuera una película de Disney, incapaces de distinguir el dibujo del guión o, peor aún, hablando sobre la camisa y el separador corriente incluído con el libro. No obstante, dos cosas al menos tienen que mencionarse sobre este libro bellísimo, aun si lo hago mal: la primera es que Katayama tiene una sensibilidad brutal para describir las acciones más insignificantes y dotarlas de otras dimensiones al explicar cómo sus protagonistas las han experimentado. Una vista al caminar, una sensación al levantar un objeto de la mesa. Cuando Katayama pasa por esos actos minúsculos los deja convertidos en piedras angulares alrededor de las que se construye toda la escena. La segunda es que la traducción es lo suficientemente refinada como para trasladar este efecto con mucha belleza a pesar del salto entre idiomas, y que desde el principio puedes inferir que gran parte del mérito del libro es obra del traductor.
Si alguien tiene la fortuna de leer este libro en físico, no vaya a asomarse a la última página y a leer, sin querer, la última línea, porque va a echar por la borda todo el libro. Para quienes no tengan tanta suerte, el libro se consigue fácil en epub.
La mejor película que vi en 2020
Vas a querer tener una libreta a la mano para tomar nota de todos los encuadres que utiliza Anno en Love & Pop. Es, quizá, de las pocas películas que en los noventa intentó emular la estética del videclip musical (en aquel entonces una forma de arte consumada, a punto de caer en declive, y hoy completamente muerta… ¡imagina eso, una disciplina artística que sólo vivió dos décadas!) y que lo logró con resultados que ni el mismo videoclip habría podido utilizar. Lo maravilloso de los esfuerzos obsesivos de Anno por abordar cada toma con ojos nuevos es que verdaderamente trató de retratar la manera fascinante y novedosa con que el día a día de una adolescente se desdobla ante sus ojos. Poder ver a través de unos ojos así es lo que hace a Love & Pop tan increíble.
Lo único con lo que contaba para interesarme en esta película era esto, fotogramas de la película con estos montajes extraños de niñas y girasoles gigantes. Cuando por fin la encontré en YouTube fue años años luz mejor de lo que siquiera me imaginaba. Tiene una actuación especial del arriba citado Hideaki Anno, y eso es más o menos todo lo que podría agregar. Ah, y que cuando termine no se salten los créditos, porque ahí pasa la canción de la película, que es preciosisisísima.
No me gustan las películas de comedia a menos que sean abiertamente estúpidas (si no es Dumb & Dumber o La risa en vacaciones, no es para mí) o muy buenas, y esta antipatía probablemente se deba a que no conocía muchas de estas últimas (es que no las pasaban en la Cineteca...). Welcome back Mr. McDonald es maravillosa, no sólo es divertidísimo ser testigo de todos los enredos que ocurren en un piso de una estación de radio, sino que este encierro la hace parecida a ver una obra de teatro absurda, como Beckett. No importa cuan buena esté, con cada vuelta de tuerca se pone mejor y mejor.
Por alguna razón que nunca voy a entender, pese a que mis películas favoritas suelen ser dramas largos, lentos, de esos que duran 4 horas en las que no pasa prácticamente nada y los actores son mudos, las películas como esta me ganan de inmediato, me dejan sacudido. "Las películas como esta" es una manera de llamar a estos proyectos pastiche que incluyen falso documental, videos encontrados, sketches, pietaje de la televisión, performance y mucha nostalgia, por mencionar algunos. Sólo otras dos "películas como esta" me han marcado tanto: No Other Possibility de Negativland y うつしみ de Sion Sono. Una posible razón es que quizá este tipo de edición sin control sea la forma más cercana al ritmo con el que los pensamientos suelen sucederse: uno tras otro, buscando más dejar una impresión que un mensaje. En este caso, Death by Popcorn, también titulada The tragedy of the Winnipeg Jets, habla sobre una final de campeonato perdida por el mencionado equipo canadiense de hockey y va desmenuzando esta tragedia como una pieza clave de la historia local reciente de Manitoba.
La mejor película de animación que vi en 2020
Incluso para quienes no vean anime, o a quienes declaradamente les sea antipático, Hibike! Euphonium, como tantas obras de Kyoto Animation, bien merecería ocupar un lugar de excepción como el que gozan las producciones de Studio Ghibli (Pensamiento: ¿Makoto Shinkai está tratando de convertirse en el nuevo Ghibli? El otro día vi Tenki no Ko y, aunque es bellísima, la edición, con la emotivísima y sentimentalísima música a grito pelado tronando las bocinas en los momentos más dramáticos te deja muy claro que quiere lograr ese dramatismo descaradamente). La animación, el grado de drama de las novelas de Ayano Takeda y los sutilísimos simbolismos entre la interpretación musical y el paso turbulento por la adolescencia son irresistibles. Está de más agregar que para ver esta película sería necesario ver las primeras dos temporadas de Hibike! antes, pero para quienes quieran asomarse a esta franquicia (probablemente la mejor de Kyoani desde K-On!) completamente vírgenes y no tengan tanto tiempo (sí tienen, no finjan), pueden probar viendo Liz y el pájaro azul antes, que si bien es parte de la serie, técnicamente no necesita conocerla de antemano.
El mejor disco que escuché en 2020
Talk Talk, Spirit of Eden (1988) y Laughing Stock (1991)
Jim O'Rourke enlista a Laughing Stock como uno de sus álbumes favoritos, especialmente las partes de órgano. El disco, junto con Spirit of Eden, es una especie de obra de 80 minutos sensacional, sin comparación. Hay mucha historia detrás de ambos: antes de estos, sus dos últimos discos, Talk Talk había hecho álbumes sin problemas de comercialización, incluso colocaron It's my life como un himno de los ochenta, y en algún momento decidieron hacer estos dos discos, totalmente disísimiles (aunque The colour of spring ya advertía algunas cosas muuuy levemente) e imposibles de comercializar. Su disquera no sólo les aceptó uno, sino dos. Más increíble es que ninguno de los dos discos ameritó giras, por lo que no existen versiones en vivo a lo largo de todo el internet. Algunos enlistan a este par como los discos que fundaron el post-rock, y no les faltaría razón. ¡Y no hay una sola versión grabada en concierto! Pensar en estas canciones de otro mundo, sensacionales, que nadie jamás va a poder escuchar más que en sus versiones de estudio (Hollis falleció el año pasado), y oír ese último gran final –como dice O'Rourke– del órgano en Laughing Stock, te pone la piel chinita.
Este disco, grabado en la navidad de 2004 en el museo de arte de Roppongi, presenta una formación de 24 bateristas y me parece que es, personalmente, el mejor representante de la etapa llamada "tribal" de Boredoms, más incluso que Seadrum/House of Sun o Vision, Creation, New Sun, la más redonda, desadornada y contundente.
La mejor serie de televisión que vi en 2020
Manben es una serie de documentales producidos por la NHK y dirigida por Naoki Urasawa en los que colocan cámaras en los estudios de distintos artistas de manga y comentan su proceso con ellos. Los testimonios de los artistas (entre los que figuran Junji Itô –en la imagen–, Kengo Hanazawa, Moto Hagio o la despampanante Akiko Higashimura, entre varios otros) son reveladores y, en algunos casos, desgarradores. Se trata de artistas consumados cuyas estrategias o ethos ante el dibujo son de una complejidad que resulta inexplicable cómo es que el arte (el que se escribe con A, que se exhibe en museos y requiere textos de sala) no busca abordarlos o, por principio de cuentas, conocerlos. Son artistas cuya relación con el dibujo no podría ser más cercana, gente que vive con un grillete al escritorio y que al mismo tiempo que lo ven con una perspectiva increíblemente práctica, también son capaces de entender algunos problemas como nadie en el mundo del arte contemporáneo lo hace.
La mejor serie de animación que vi en 2020
Neon Genesis Evangelion, Hideaki Anno, 1995
No puedo creer que apenas haya llegado a Evangelion… más vale tarde que nunca. Los famosos últimos dos capítulos, el 25 y el 26, me parecen una locura que hayan sido los capítulos de una serie vista en televisión, principalmente por jóvenes y niños. Te hace recordar que se puede abordar cualquier idea, por compleja que sea, si se es capaz de pasarla de contrabando a costillas del "entretenimiento".
La mejor historieta que leí en 2020
La mejor exposición que visité en 2020
Pensamiento penúltimo: si bien es memorable, ¿no creen que la mascota de la copa mundial de futbol Italia 90 tendría que haber sido diseñada por Ettore Sottsass?
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