22 feb 2020

Veinte Aniversario de 1999



Que se te quite
ese orgullo que te cargas
¿De qué te sirve
vivir entre las flores?

Julián Garza "El Viejo Paulino" (1935-2013), Cuatro meses





En 2019, 1999 cumplió veinte años de haber existido y en 2999 cumplirá mil.

2999, pese a lo lejano que pueda sonar, existirá. Un ínfimo porcentaje de quienes están leyendo esto se habrán perpetuado vía descendencia (o calcio en la tierra) hasta esa fecha. No estarán ahí, pero de algún modo también, sí lo estarán.

Algunos años se toman la molestia de ser albergue de sentimentalismos. No sé si 2999 lo será pero sí sé que 1999 no lo fue. 1999 fue el año que nos quitó a Paco Stanley y el mismo que me vio hacer un examen final de matemáticas de primer año de preparatoria en un kindergarten al sur de la Ciudad de México, sólo después de un intento frustrado en un salón de eventos en algún punto de la Colonia Del Valle. Esa mañana, sentados en sillas de imitación de cuero blanco sobre una alfombra elegante y bajo candiles de lágrimas exageradas, esperando la guillotina, me quedó claro que 1999 era un año inmundo.

El escritor argentino Jorge Luís Borges nació en 1899 en el hemisferio sur. Trece años le faltaron al creador de 'Funes El Memorioso' para celebrar su centenario y de paso el natalicio de 1999, pero muchos más se tomaron el tiempo de recordarlo, entre ellos un ejemplar de Revista de Revistas publicado por Excélsior que desde ese año descansa arriba de mi librero con algunos párrafos subrayados en plumón. En aquel número, entre otros temas (Pokemon, la ociosa correlación entre violencia y videojuegos, Hitchcock, la huelga de la UNAM, el club de los 27 -que mezclaba de la manera más vulgar a Kurt Cobain con Jim Morrison y Selena Quintanilla-) Jorge Luís Borges era entrevistado y declaraba no poder escribir de la guerra, de las masas que mueren ("yo también espero morir pronto", decía), y que la bondad iba necesariamente unida con la inteligencia y, por ende, la estupidez con la maldad. No recuerdo al entrevistador ni el año del texto, pero incluso con mi minúsculo cerebro de adolescente prácticamente analfabeta esas palabras se me grabaron y, estoy seguro, jamás se me van a olvidar ("aprendí a leer a los dieciséis años", me digo siempre, aunque mi primera lectura sin contar Video Risa ni Club Nintendo, "El Maravilloso viaje de Nico Huehuetl" de Ana Murúa, fue a los once).

Si 1999, con su inmundicia, incluso en retrospectiva suena más acogedor que 2019, ¿qué caso tendría hablar de él?










Televisión por cable (en cable).



Un cometa matutino en el mes de septiembre de distintos años separados por la misma distancia avistado (la primera vez) en la angustiante ceremonia de entrada de un año de secundaria y (la segunda vez) camino a la preparatoria.



Siestas vespertinas que, según yo, ayudan a alargarse incluso al más haragán.



Cientos de tardes y noches en las que sólo me recuerdo en una o dos haciendo tarea, ignoro si por trauma o parsimonia (jamás me desvelé una sola noche con alguna entrega en mi corto paso por la carrera de Diseño y Comunicación Visual en la ENAP).


Un niño olvidado por sus padres camino a la Comercial Mexicana con una billetera llena de dinero dispuesto a olvidarse de ellos a punta de cajas de Playmobil. 


El piso de un Volkswagen corriendo sobre Calzada de Tlalpan en primera velocidad apenas unos centímetros por encima del asfalto caliente a las dos de la tarde.



Pokemon a las cinco de la tarde y cintas VHS repletas de capítulos de Rugrats grabados a las siete de la mañana que jamás fueron vistos.


La misma toma aérea de Periférico casi a la altura de San Jerónimo repetida día y noche en la televisión, incapaz de transmitir una historia pero exageradamente eficiente para transmitir el sopor de esa hora del día. 


Una adolescente gritando "¡malditos cerdos!" desde el balcón de un hotel 


Una pantalla de televisión encendida a las 4:57 AM con la prueba de barras de colores y una canción nueva que dentro de 18 años será reproducida en la radio a todas horas, incesantemente, como un clásico.



Una cita con un nutriólogo en una tarde lluviosa y un adolescente obeso cargando un balón de basquetbol en la mano derecha y un paquete de chicles Trident en el bolsillo del pants.



Un Top 20 de MTV en la última noche de 1999 (ya revisé, fue un viernes).



Una muchacha, con calcetas blancas y piernas regordetas, cargando en brazos una muñeca con fines que supuse pedagógicos una mañana en un autobús que corría sobre Avenida Cuauhtémoc desde la calle de San Lorenzo (Del Valle) hasta Moctezuma (El Carmen). No recuerdo dónde se bajó ella.



Otra muchacha blanca, demacrada, apenas un anuncio de lo que vendría unos años después, fotografiada frente a un muro de tirol igualmente blanco en otra tarde lluviosa.



El último movimiento del Quatuor por la fin du Temps de Messiaen reproducido en un CD a todo volumen, deseando que hubiera más, que las bocinas se desgarraran como cualquiera que lo escuche debería (atrévete a escuchar el Quatuor sin que te quiebre la humanidad en más pedazos de los que creías que estaba compuesta, inténtalo siquiera, te reto).



Un sujeto dormido frente a una tienda de artículos electrónicos esperando ser el primer comprador de algo.


Un domingo en el interior de una tienda Milano en la estación del Metro Hidalgo a treinta grados centígrados a lado de un local de pizzas (rebanada y vaso de refresco: $12).



Te lo estabas buscando.



Tienes que escoger cómo vas a perpetuar los últimos restos de tu existencia (si es que todavía lo es) en este planeta en una de dos formas y debes hacerlo de inmediato: como un hueso sembrado en una maceta como fuente de calcio o como un puñado de cenizas arrojadas sin mucha gracia al mar. Elige.



Planta tus dientes bajo los tulipanes mientras puedas.



Esta sensibilidad de segunda mano es todo lo que habías deseado en tu juventud y ahora, para honrarla, vas a dejar que te consuma hasta que te mate. 











Las mejores películas, series de TV, discos, cómics y libros que vi, oí y leí en 2019 fueron:





Mejor libro de arte que leí en 2019: David Raskin, Donald Judd, 2010







Las canciones que más escuché en 2019, sin orden en particular, fueron:














¿Has conocido a alguien que vive en sus palabras? No alguien docto o de lenguaje particularmente florido, sino una de esas personas que vive y cree fervientemente en cada una de las palabras que profiere, desde las que cargan con conceptos complejos hasta las maldiciones y, más importante, aquellas palabras poco formadas, mal usadas o cargadas de significados ridículos que sólo la fantasía habría sido capaz de poner ahí (e incluso la fantasía habría sido más prudente). Que cuando las dice exagera su acento y que a punta de repetición logra introducirlas en otros.
La mente de esas personas es una pocilga insalubre. Nunca entres ahí.







JAMES ENSOR (Belgian, 1860-1949)
Christ's Entry into Brussels in 1889 (detail), 1888
Oil on canvas, 252.5 X 430.5 cm (99½ X 169½ in.)
The J. Paul Getty Museum®, 87.PA.96
©1999 J. Paul Getty Trust






Un gallego va manejando un automóvil acompañado de su esposa en el asiento de copiloto y de su suegra en el asiento de atrás. Por encima de él sobrevuela un helicóptero y tras unos minutos de incertidumbre, descubre que un convoy de camionetas y cámaras de televisión le cierran el paso. Al detenerse, un sujeto en esmoquin acompañado de dos edecanes apenas vestidas cargando un cheque gigante de utilería se acercan al auto y le dicen:

-"Caballero, le hemos estado siguiendo, hemos visto paso a paso cómo se desempeña tras el volante y la gente en el estudio, en colaboración con el ayuntamiento, han decidido otorgarle el premio al conductor del mes. ¡Felicidades! Le hacemos entrega de su cheque por 2,500€ y un reconocimiento. Dígame, ¿qué hará con su premio? "

El hombre, asombrado pero entrado en confianza, responde:

-"Vale, pues creo que para empezar, pagarme la licencia de conducir, porque no tengo" 

Tratando de aminorar las palabras de su esposo, la mujer se acerca a la ventanilla del conductor y dice:

-"Hombre, no haga caso a lo que dice mi marido, que siempre que está tomado le da por hablar tonterías" 

Ante el intercambio de palabras que no entiende, del asiento trasero emerge la anciana suegra, que exclama:

-"¿Pero qué ha pasado que no nos movemos? ¡Joder, ya decía yo que en un coche robado no íbamos a llegar muy lejos!" 


(Le aprendí este chiste a Benito Castro en el radio)













“La nostalgia dura para siempre. Incluso si no la puedes ver, la nostalgia permanece. La gente ve mal a la nostalgia y el sentimentalismo, ¿no? Como si no fueran viriles. Las lágrimas son buenas”.
Nobuyoshi Araki 

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