2 ene 2022

¿veintiuno?




 


"No tengo nada, nada" 

David Foster & Linda Thomson, "I have nothing", interpretada por Whitney Houston, 1992





Ahora que lo pienso, creo que de no haber sido por Jacob, el asistente del profesor de teoría del arte que nos dio clase por semanas con una convicción tan incansable como fláccida alrededor del insufrible libro de Historia de la Estética de Raymond Bayer editado por el FCE, creo que nunca me habría enterado de los extraños experimentos literarios de Georges Perec. Jacob entraba al quite cuando nuestro maestro, miembro de una comisión administrativa absolutamente inútil de la UNAM, se ausentaba de clases, así que nos platicaba de lo que fuera que estuviera leyendo en vez de hablarnos de ese cuadro de Friedrich y por qué eso era sublime. Lo recuerdo mencionándonos vagamente a McLuhan, contándonos de la raíz etimológica de la palabra "adicción" (ausencia de lenguaje, o algo así), citando libros como aquel de Todo lo sólido se desvanece en el aire y poniéndole peros a La ciencia del sueño de Michel Gondry al cuestionar si de verdad era posible sumergirse en un mundo onírico todo el tiempo, sin retorno, objeción cuyo anclaje con la realidad personalmente me incomodó un poco porque acababa de ver la película y me había parecido un entrañable y maravilloso homenaje al enamoramiento, sin más. No obstante, pocas cosas le divertían tanto a Jacob como platicarnos de Perec. En aquel entonces por supuesto que teníamos internet, pero era imposible conseguir libros en PDF como hoy, y leer textos medianamente académicos era una ruleta rusa que podía llevarte a un blog de opinión baturro o a El rincón del vago, así que escuchábamos medianamente interesados (nuestras capacidades eran limitadas, la verdad sea dicha) sobre la OULIPO, sobre el libro aquel que escribió sin usar la letra E (y que jamás voy a entender que alguien haya pretendido traducir al español) o sobre la estructura del famoso La Vida, instrucciones de uso, que vendían a un precio exorbitante en Gandhi, donde claro que era imposible encontrar Un hombre que duerme o Las cosas (y de nuestras bibliotecas, ni hablar). Así pues, nos quedábamos con la versión de Jacob sin confirmar y sin ampliar, en parte por esta carencia latinoamericana y en parte porque su fascinación teñía a Perec de un halo que seguramente los libros no registraban.

No obstante, algunos años después hice todo lo posible por hacerme de Un hombre que duerme luego de leer en una reseña de la extinta RIM que una exposición de Fernando Ortega (Once rechinidos menos, en la que había retirado de la duela de un departamento de la colonia Condesa los pedazos de madera que rechinaban, dejando los agujeros en el suelo como rastro negativo de ese sonido ahora desaparecido) había girado en torno a dos de sus líneas (dato curioso: el MoMA posee esa pieza, aunque en su triste versión fotográfica). Lo encontré en un .doc que imprimí en Copilco y empasté a mano y que años después le heredé a Ángela porque sus tuits me recordaban el sopor de la buhardilla de Perec, quien lo había escrito a su misma edad. Gracias a la actual democratización de los epub (¡vayan y tomen todo lo que puedan mientras se pueda!) eventualmente pude hacerme de libros como el angustioso Las cosas o el curioso Tentativa de agotar un lugar parisino, donde Perec se sienta en una mesa a describir todo lo que pase frente a él. Este tipo de libros quizá no sean muy interesantes como novela, como entretenimiento, y muy probablemente serían un muy mal gasto considerando el precio de los libros hoy día, pero como ejercicio literario son de una potencia inaudita, te ponen en una posición en la que por primera vez te parece que el mundo necesita desesperadamente una descripción y es tu deber hacerla.

Estoy lejos de conocer toda la obra de Perec, mi interés por La vida, instrucciones de uso, ahora que es gratis leerlo, ha desaparecido. Aun así, estoy muy seguro que ningún otro libro de Perec cumple con este potencial creativo como Me acuerdo, de 1978. En él, Perec enlista alrededor de 300 recuerdos inconexos que ilustran al París de los sesenta y que muy probablemente no le parecerá del todo encantador a muchos, pero sí su última página, en blanco, que Perec incluye invitando al lector a ejercer su memoria y escribir su propio Me acuerdo.

Leí este libro a finales de marzo y desde entonces en una nota he agregado cada me acuerdo que me ha venido a la mente siguiendo las mismas reglas que siguió Perec, que fueran recuerdos de los primeros 25 años de vida, y enlistándolos aquí en salomónico orden alfabético para evitar que la nostalgia o el exhibicionismo se luzcan. Recuerdo que cuando terminé con los de Perec me pareció una enorme injusticia que no hubiera buscado llegar a los 700 o 1000 recuerdos. El ejercicio me parecía que te obligaba a llevarlo hasta los extremos, que debía ahogarte escribirlos y leerlos, y sin embargo los míos apenas rebasaron los 250, aun cuando me parecían interminables. Tal vez para el próximo año haya conseguido más. 

He aquí 262 cosas de mis primeros 25 años de vida de las que me acuerdo:




Me acuerdo cuando César, un cuate de la secundaria, me llamó por teléfono sólo para avisarme que al fin habían dejado de repetir Dragon Ball Z y que le colgué en el acto para correr a la tele


Me acuerdo cuando Diana, una amiga de la secundaria a quien reencontré en la universidad, me llamó un domingo para sugerirme que visitáramos el féretro de Manuel Alvarez Bravo, dispuesto en una funeraria cerca de mi casa


Me acuerdo cuando Diana me pidió expresamente que le regalara una paleta Payaso en un día de la mujer


Me acuerdo cuando Diego, un vecino, llegó una tarde de sábado gritándome emocionado que había ido al programa de Chabelo y lo que más me sorprendió, de hecho, fue que no lo grabaran en domingo


Me acuerdo cuando Gloria Trevi se echó Coca-cola en el cabello en el programa de los viernes de Ricardo Rocha


Me acuerdo cuando Greñas preguntó en una exposición de On Kawara por qué había dos cuadros con la misma fecha y el encargado de la visita, famoso entre los visitantes frecuentes por su nula simpatía, respondió: "porque los pintó el mismo día", dejándonos perplejos


Me acuerdo cuando Ruy, en la mañana de un primero de enero, me señaló una gota de rocío en una flor y me dijo: "Bob, eso es Proust".


Me acuerdo cuando ahorré para comprarme una canasta de basquetbol y de la inesperada alegría que sentí cuando conté el dinero y me di cuenta que me había pasado


Me acuerdo cuando caminamos de noche desde la Cineteca hasta el árbol de la noche triste

10
Me acuerdo cuando comí un burrito gratis en el McDonald's de Tepepan gracias a que por meses cargué con un cupón en mi billetera y a que una mañana de sábado, después de una fiesta, dio la casualidad de que me encontraba frente al restaurante en el horario en que aún servían desayunos

11
Me acuerdo cuando descubrí que tenía los dedos chuecos gracias al asombro con que una amiga lo notó mientras nos desperezábamos en un sillón del Museo de Templo Mayor

12
Me acuerdo cuando detrás de los tickets de la Comercial Mexicana venían impresos descuentos y promociones para el entonces recién inaugurado restaurante California que construyeron en el estacionamiento (no nos faltó, ni a mi mamá ni a mí, ni un solo platillo por probar; mi favorito eran las enfrijoladas)

13
Me acuerdo cuando devolvía las películas del Macrovideocentro menos de 24 horas después de haberlas rentado (a veces corriendo) porque no entendía la política de devolución que indicaba que había que entregarla al día siguiente antes del cierre

14
Me acuerdo cuando el Bombero, un amigo de la secundaria, llegó a mi casa, de la nada, sólo para que le pasara trucos para jugar con las selecciones del mundo de International Super Star Soccer Deluxe en el super Nintendo

15
Me acuerdo cuando en un cumpleaños sonó el teléfono y corrí a levantarlo emocionado pensando que sería la felicitación de algún amigo y lo que apareció del otro lado de la línea fue la voz de Marco Antonio Regil en una grabación de Telmex

16
Me acuerdo cuando en un cumpleaños, unos amigos me llevaron al golfito de Cuicuilco y me divertí tanto que no fue sino hasta la noche, de regreso en casa, que revisé con calma la tarjeta del marcador y me di cuenta que yo había quedado en último lugar

17
Me acuerdo cuando estaba de moda Pasagüero

18
Me acuerdo cuando estaba de moda Winston Marsallis

19
Me acuerdo cuando estaban de moda las yardas. Ningún bar juvenil de mala muerte que se respetara podía evitar servir su cerveza barata en ellas, y nadie a su regreso de algún destino turístico tropical podía volver a casa sin una de recuerdo

20
Me acuerdo cuando fui a la decepcionante presentación del video de I am mine de Pearl Jam en la Facultad de arquitectura y que gracias a esa mala elección me perdí de una fiesta en la ENAH

21
Me acuerdo cuando fuimos a una grabación de Hasta en las mejores familias en Televisa San Ángel y nos regalaron un lunch que incluía una dudosa torta de atún que después se comió mi mamá mientras no la veía

22
Me acuerdo cuando iba a Ciudad Universitaria con la enorme seguridad de que seguramente me encontraría con alguien, quien fuera, y cómo cuando eso dejó de ocurrir todo el lugar se sentía como si fuera otro sitio

23
Me acuerdo cuando la calle de Regina en el Centro Histórico estaba de moda

24
Me acuerdo cuando la estación del metro Deportivo 18 de Marzo se llamaba Basílica y que con ese cambio aprendí que la función de las obras públicas era casi siempre echarlas a perder

25
Me acuerdo cuando la maestra de historia universal en 4to año de prepa me sacó del salón sin motivo alguno (mi primera y única visita al pasillo de los niños problema). A la fecha aún siento curiosidad por saber qué habrá visto o imaginado para correrme

26
Me acuerdo cuando la selección mexicana de futbol fue humillada 5-1 y 6-1 por las selecciones de Suiza y Rusia en juegos amistosos (pero no recuerdo si respectivamente)

27
Me acuerdo cuando las cantinas del centro histórico se empezaron a infestar de estudiantes malvestidos y –hay que aceptarlo– de lo mal que nos veíamos entre los parroquianos

28
Me acuerdo cuando mataron a balazos a un sujeto en el recién estrenado Burger King en la esquina de mi casa (que antes fue un Burger Boy)

29
Me acuerdo cuando me colé a una firma de autógrafos VIP de café tacuba nada más porque podía (tanto así que lo único que llevé para que me firmaran fue un pañuelo) y la cosa se salió de control a tal grado que la multitud enardecida que sí hizo fila por horas casi echó abajo la cortina metálica de Mix-Up de la Zona Rosa y nos tuvo que sacar la policía

30
Me acuerdo cuando me dirigí a la tiendita frente a mi casa con $6,100 pesos en el bolsillo ($6.10 de hoy) dispuesto a comprar 61 chicles Bubli Bubli y del inmenso goce que me representó tanto pedirlos con firmeza como tomarlos directamente, uno por uno, de la caja de cartón en el fondo de la vitrina

31
Me acuerdo cuando me sabía todas las banderas del mundo

32
Me acuerdo cuando mi primo hizo añicos mi trailer de Transformers al pisarlo para levantarse del sillón

33
Me acuerdo cuando mi primo trabajó en una tienda de tarjetas instalada en una isla en Plaza Universidad y al ofrecerme un sobre gratis por debajo del agua, le pedí uno de Porfolio '92 (petición que rechazó)

34
Me acuerdo cuando mi tía me llamó por teléfono para decirme que un niño en el programa de Paco Stanley se parecía a mí (no pude comprobarlo) y también me acuerdo que había un momento en que la gente se formaba para entregarle regalos a Paco

35
Me acuerdo cuando mis primos y sus amigos persiguieron una rata que había entrado al edificio y, ya afuera, la impactaron de swing con un palo de escoba al salir debajo de un coche, donde se escondía aterrada, dejando esparcidas sus entrañas en el asfalto. Jamás voy a olvidar esa escena

36
Me acuerdo cuando murmuré repetidamente para mis adentros el título de un libro de Schopenhauer mientras regresaba de la escuela en el último trolebús un viernes por la noche de un día bisiesto

37
Me acuerdo cuando nos evacuaron de la primaria por amenaza de bomba en el Hospital 20 de Noviembre y nos metieron por la puerta de atrás, como de contrabando, al estacionamiento del Instituto México

38
Me acuerdo cuando nuestra maestra de pintura hizo (o intentó hacer) una especie de analogía entre sensualidad y pintura y dejó escapar un comentario resentido sobre cómo producir esa sensación en un cuadro era más valioso que no sé qué cosa "que muchos afirman haber hecho", y que me llevó a pensar que quizá esa mujer insoportable aún era virgen

39
Me acuerdo cuando pasé la noche de las primeras elecciones para jefe de gobierno del Distrito Federal en la clínica 28 del IMSS

40
Me acuerdo cuando pedaleé hasta el Parque Hundido en mi bicicleta sin supervisión alguna y de la impresionante sensación de que el mundo entero estaba a mi alcance que experimenté mientras divisaba a lo lejos la avenida de los Insurgentes

41
Me acuerdo cuando pronostiqué acertadamente que Italia le ganaría 3-0 a Ucrania en el mundial de 2006

42
Me acuerdo cuando quedé de verme con un sujeto al que conocí por un foro en internet que pretendía juntar firmas para traer a Pearl Jam a México. Por fortuna, jamás llegó a la cita

43
Me acuerdo cuando recogimos un colibrí moribundo de la calle

44
Me acuerdo cuando regresamos de vacaciones y el departamento estaba inundado por haber dejado una llave abierta

45
Me acuerdo cuando regresé de vacaciones de verano y habían convertido el Macrovideocentro en un vulgar Blockbuster

46
Me acuerdo cuando saliendo de la escuela, en Xochimilco, fuimos hasta la sede de Radiactivo en Las Lomas para que nos regalaran una camiseta (que aún conservo) llevando nuestro boleto para el primer concierto de Pearl Jam en México

47
Me acuerdo cuando saliendo de la universidad, en el coche de Daniela, el ñoño (el sujeto más decente y correcto del universo) se expresó de una mujer que cruzaba la calle sin mirar con un gozoso y desvergonzado "¡Pinche gorda!"

48
Me acuerdo cuando terminé en la cárcel en una kermés escolar

49
Me acuerdo cuando tuve que volver a un Mixup del Centro en plena nochebuena porque la noche anterior no pude comprar un disco importado de Alice in Chains que estaba en oferta o mal etiquetado, y todo porque me faltaban ¢50

50
Me acuerdo cuando un rayo impactó el árbol que estaba frente a nuestro edificio (una especie de pino majestuoso de más de 15 metros) y que habría caído frente a nuestra ventana de no ser porque los cables de luz lo detuvieron

51
Me acuerdo cuando una mañana me despertó el teléfono y al contestar resultó ser una llamada al azar de un concurso de un programa de radio del que, obviamente, no estaba enterado y por supuesto no gané

52
Me acuerdo cuando vimos al ex-actor que interpretaba a Cirilo en Carrusel de niños en una fiesta en el estacionamiento de la Facultad de ciencias políticas de la UNAM

53
Me acuerdo cuando vimos o creímos ver lo que parecía ser un ovni y subí a la azotea para sacarle una foto que ignoro si algún día se habría revelado

54
Me acuerdo cuando, al encontrarnos en un velorio, Luís, mi vecino, me preguntó si había visto el partido del León

55
Me acuerdo cuando, buscando centros de canje de una promoción de Coca-Cola en las calles de mi colonia, un perro se me unió y me siguió la mayor parte del trayecto e incluso me esperaba en las entradas de los Oxxos en los que preguntaba

56
Me acuerdo cuando, camino a la pista de arrancones de Toluca, me bajé en Observatorio a comprar una guajolota de tamal de dulce

57
Me acuerdo cuando, camino de regreso a casa de la primaria, dos niños más grandes que yo de una escuela privada se me acercaron con un aire amenazador y terminaron regalándome varias bolsas de papas (que me imaginé habrían comprado sin permiso de sus padres)

58
Me acuerdo cuando, después de partir desde nuestra escuela en Xochimilco rumbo a la FES Iztacala, en donde tuvimos una inauguración, y de dirigirnos después a Ciudad Universitaria, Greñas me detuvo antes de cruzar la entrada de Derecho diciendo "¡Bob, estamos a punto de pisar 3 campus universitarios en un mismo día!"

59
Me acuerdo cuando, siendo aún muy chico, a la casa llegó un señor llamado Santos y yo creía que se trataba del protagonista de las tiras de Jis & Trino, aunque, por supuesto, no entendía exactamente cómo podía serlo

60
Me acuerdo cuando, tras meses de cómoda huelga de la UNAM, un amigo me llamó un domingo para avisarme que el siguiente martes harían el examen final de matemáticas en un kinder al sur de la ciudad al que no tenía ni la más remota idea de cómo llegar, y que, aún sudando frío por la noticia, fui a mi cuarto, me senté en mi silla Boston blanca y se desplomó, hecho que interpreté como una profecía desafortunada

61
Me acuerdo cómo se sentía no añorar pasado alguno

62
Me acuerdo cómo se sentía no saber tocar la guitarra

63
Me acuerdo de "El taller de Luigi"

64
Me acuerdo de "Hugo, el abuelo, ¡goooool, el abuelo, gol! ¡Estamos en el mundial!"

65
Me acuerdo de Laid de James y Mmm Mmm Mmm de los Crash Test Dummies musicalizando las barras de prueba de color del canal 5 en las madrugadas antes de ir a la secundaria

66
Me acuerdo de Me haces tanto bien de Amistades Peligrosas

67
Me acuerdo de 'el edemege', un pobre muchacho prófugo del DIF en prepa 6 que, tratando de aventarme un limón duro que sacó de mi mochila, terminó rompiendo el plafón de una lámpara que se encontraba justo encima suyo (nadie jamás entendió cómo pudo lanzarlo tan perfectamente mal)

68
Me acuerdo de "¡Zaragozapirozaya… Dios, qué apellido!"

69
Me acuerdo de Acualandia y de la extraña y fascinante arquitectura de su entrada, y del maravilloso olor a cloro que de ella emanaba

70
Me acuerdo de Adal Ramones farfullando "Get outta here!" en cadena nacional creyendo que resultaba simpático

71
Me acuerdo de Amado Tomillo y su conejita

72
Me acuerdo de Camila, una primavera que cayó desde su nido directo a las manos de mi mamá durante la ceremonia de ingreso a la primaria

73
Me acuerdo de El Reto Pepsi

74
Me acuerdo de Gaby Ruffo y de Liza Echeverría

75
Me acuerdo de Jim O'Rourke pavoneándose en el escenario del Circo Volador

76
Me acuerdo de José Guadalupe Roberto Uribe Rivera

77
Me acuerdo de Lorenzo y Pepita

78
Me acuerdo de Luís dejando detrás de la llanta de una camioneta varias bolsas de papas que había comprado sólo para sacarles los tazos

79
Me acuerdo de Margarito Esparza cantando en un tren de la línea 2 del metro

80
Me acuerdo de Multicinemas Ramírez

81
Me acuerdo de Napster

82
Me acuerdo de ¿Y usted, qué opina? de Nino Canún

83
Me acuerdo de Oscar Cadena, de Cámara infraganti y de Sopa de videos, también del Balcón de Verónica

84
Me acuerdo de Pocholo y Cesarín jugando Nintendo

85
Me acuerdo de la Batmanía entre los 80 y 90

86
Me acuerdo de la arquitectura previa de Plaza Universidad, del pasillo frente a Helen's (donde festejé más de un cumpleaños y también cambié taparroscas de Coca Cola por vasos de Atlanta 96), del entonces pequeño MixUp y del Hot Disco

87
Me acuerdo de la asociación A favor de lo mejor, que me quitó a Ren & Stimpy

88
Me acuerdo de la banda de covers formada por adolescentes de prepa que fue a mi secundaria a tocar canciones de Caifanes un día del estudiante

89
Me acuerdo de la batalla campal entre la selección nacional de futbol de Jamaica y Toros Neza

90
Me acuerdo de la canción del teléfono de LOCATEL

91
Me acuerdo de la carne y el cous cous que una vez nos preparó Ruy

92
Me acuerdo de la casa matriz de la revista Guitarra Fácil a unos pasos del metro División del Norte, donde compré un juego de cuerdas de nylon que aún tengo

93
Me acuerdo de la colección de libros infantiles Manchitas de editorial Trillas

94
Me acuerdo de la construcción del segundo piso del periférico

95
Me acuerdo de la costumbre de robarse el cenicero de barro del Burger Boy

96
Me acuerdo de la decepcionante versión para Famicom (o Family, como se le decía en los círculos de piratería) de Street Fighter II que pasaba de mano en mano entre niños

97
Me acuerdo de la emoción que se sentía al ver dulces importados en tiempos pre-TLC: paletas de Garfield y Odie con capuchón de hule, chicles Popeye, Cazafantasmas y Nerds

98
Me acuerdo de la emoción que sentía al visitar un Mixup desconocido por primera vez

99
Me acuerdo de la enorme condescendencia con que la chaira de nuestro salón de prepa se dirigía a todos y cómo nunca nadie se lo mencionó, sospecho que más por pena a romperle la firme y gallarda idea que ella tenía de sí misma que por temor a la confrontación

100
Me acuerdo de la enorme curiosidad que me provocaba un exhibidor lleno de cassettes piratas de música grupera en la tienda del pueblo donde nació mi mamá y de la burda decepción que sentí al escuchar su contenido

101
Me acuerdo de la estola blanca que la niña güera de rancho que me gustaba en la primaria llevó a la graduación y cómo este accesorio de mal gusto afectó para la posteridad el recuerdo que me quedaría de ella

102
Me acuerdo de la exagerada cantidad de mujeres llamadas Sofía y Mariana que conocí en la universidad. Podías entrar a cualquier fiesta fresa de la ciudad diciendo que ibas con alguna de las dos

103
Me acuerdo de la fascinación que me causaba cualquier tienda en la central camionera del norte, de la extrañísima sensación de que lo que vendían (revistas de crucigramas, papas de otras marcas, souvenirs) sólo se conseguía ahí

104
Me acuerdo de la felicidad que nos contagiaba Checo, un amigo de la ENAP que quería ser retratista, cuando nos contaba cómo regresaba a su casa después de la escuela, se compraba una torta, una caguama, ponía un disco de Blur y se encerraba a pintar toda la noche

105
Me acuerdo de la fila afuera del cine Linterna que estaba frente a los viveros de Coyoacán para ver Jurassic Park

106
Me acuerdo de la iglesia del CUPA, donde los niños pasaban al micrófono a decir algo que no debía hacerse ("no mentir, no desobedecer", etc.) y de la impotencia que sentía porque jamás se me ocurría algo, hasta un día que fui y dije algo que vi en un libro Harla: "no dormir en clase", causando la risa de la congregación usualmente funesta

107
Me acuerdo de la inconmensurable vergüenza que me provocaba que cualquiera conociera cuales eran mis gustos musicales cuando niño

108
Me acuerdo de la incredulidad que sentí cuando asesinaron a Paco Stanley y de lo desesperante que resultaba ver una y otra vez la toma aérea del Charco de las Ranas

109
Me acuerdo de la luz del sol que entraba por un ventanal en el departamento de discos del Sears de Plaza Universidad la tarde en que me llevaron a comprar el cassette de El circo de Maldita Vecindad

110
Me acuerdo de la maestra Toñita

111
Me acuerdo de la maestra de la clase de Revolución Mexicana en la prepa que jamás recordó mi nombre y siempre me llamó Fernando y que su pinta de lideresa de tianguistas siempre me impidió corregirla enérgicamente

112
Me acuerdo de la maquinita que, por una moneda de $500, hacía girar y cacarear a una gallina de peluche que eventualmente soltaba un huevo bicolor de plástico que contenía alguna baratija

113
Me acuerdo de la multitud que abarrotó la funeraria Gayosso cuando murió Cantinflas y también que fue la primera vez que experimenté el chasco de encontrarme con una multitud en vez de aquello que uno iba a ver

114
Me acuerdo de la noche de domingo en que, pobremente, traté de replicar la sofisticación de las recámaras que veía en la televisión colocando un buró con una lámpara a lado de mi cama, y del ejemplar de TV Guía que en él coloqué a falta de un libro

115
Me acuerdo de la noche en que la mamá de Cuauhtémoc Cárdenas se puso grave

116
Me acuerdo de la pataleta del Vilchis (un cuate que pintaba composiciones con cigarros) en la inauguración de la bienal Tamayo de pintura de 2006 diciendo que el jurado sólo tomó el libro Vitamin P y escogió lo que se le pareciera (y tenía razón)

117
Me acuerdo de la planta donde empaquetaban los desayunos escolares del DIF

118
Me acuerdo de la primera vez que me encontré a algún niño de la escuela en una iglesia mientras ambos rodeábamos el ataúd de un santo en la iglesia de Coyoacán, y de la infinita vergüenza que sentí porque creía que yo era el único niño tonto al que obligaban a ir a esos trances infernales

119
Me acuerdo de la primera vez que presencié un amanecer y del asombro que me provocó comprobar que el día sucedía a la noche gradualmente en algún momento, y no que se amanecía con el despertar

120
Me acuerdo de la primera vez que se me ocurrió sentarme en el suelo de un andén del metro para leer "Naranja mecánica" mientras esperaba a alguien y casi de inmediato noté una cucaracha caminando cerca de mí. No volví a hacerlo

121
Me acuerdo de la primera vez que sentí un temblor creyendo que estaba siendo mecido en mi cama

122
Me acuerdo de la primera vez que visitamos la colonia Condesa siendo unos mugrosos sin un quinto y terminamos comprando empanadas y pan dulce en el Superama y lo comimos, ya de noche, frente a una fuente triste y seca del Parque México

123
Me acuerdo de la profunda confusión que me causaban las rutas de camiones de Guadalajara

124
Me acuerdo de la pueril y ridícula sensación de estar haciendo lo correcto cuando compraba el periódico MacheteArte en el Metro

125
Me acuerdo de la repentina tristeza que sentí la primera vez que usé un traje

126
Me acuerdo de la revista Contacto OVNI

127
Me acuerdo de la revista Tiempo Libre

128
Me acuerdo de la ridícula expresión "pintura pintura" que se usaba en la universidad para referirse a pintura tradicional o alejada de todo resto de conceptualismo (o, dicho de manera más franca, alejada de toda idea)

129
Me acuerdo de la rifa de un arcón navideño cuyo sorteo presenciábamos todos los grupos de primaria sentados en el concreto bajo el sol y que le dije a la niña que me gustaba: "me lo gano o me dejo de llamar Roberto", e instantes después vocearon mi nombre

130
Me acuerdo de la sorpresa que sentí cuando descubrí que si marcabas tu propio número telefónico y colgabas, el teléfono sonaba solo

131
Me acuerdo de la vergüenza que sentí para mis adentros cuando conocí el edificio de posgrado de la facultad de psicología y, sólo después de muchos esfuerzos por notar qué estaba raro, me di cuenta que, a diferencia de mi escuela, las paredes no estaban rayoneadas

132
Me acuerdo de la vez que abrí la ventana del baño y, a lo lejos, vi el momento exacto en que mi primo, intentando hacer una pirueta, partía mi bicicleta en dos

133
Me acuerdo de las ISSSTEtiendas, de su rara sección de dulces y galletas de marcas menores, de sus anaqueles y canastillas imprácticas y, sobre todo, de sus reducidos pasillos y olores intensos. Las adoraba

134
Me acuerdo de las Tortas El Negro y su sensacional sopa de hongos, la mejor que haya probado y probaré jamás. Probablemente moriré sin haber probado otra igual

135
Me acuerdo de las camisetas hippies

136
Me acuerdo de las deprimentes serenatas de La Zeta que oía contra mi voluntad mientras trataba de agarrar ánimos para levantarme de la cama e irme a la prepa

137
Me acuerdo de las incomodísimas butacas del cinematógrafo Fósforo

138
Me acuerdo de las luciérnagas del bosque de Tlalpan

139
Me acuerdo de las pacas de Pino Suárez a las que yo jocosamente llamaba Dolce Izazaga o JC Penneysuárez

140
Me acuerdo de las paletas Kiongo de Dulces Vero, las mejores que hayan existido jamás y que mataría por volver a probar

141
Me acuerdo de las penurias por las que pasaban mis compañeros en la escuela de arte en los días previos al cierre de la convocatoria del FONCA, engargolando carpetas, mendigando la recomendación de algún profesor venido a menos y revelando fotos y diapositivas. Nunca nadie entonces la ganó

142
Me acuerdo de las pizzas del Aurrerá de Universidad, las mejores que habré probado en toda mi vida

143
Me acuerdo de las playeras del Carlos n' Charlie's

144
Me acuerdo de las pocas celebridades de la farándula con las que alguna vez me topé por casualidad en la calle: César Bono, Héctor Bonilla, Ana Serradilla y Marisol Santacruz; esta última, otrora despampanante fantasía juvenil, ya en una etapa, tristemente, de transición

145
Me acuerdo de las pulseras Armstrong y de la contundente labor de diferenciación social que hacían

146
Me acuerdo de las sinopsis de Nelson Carro en la sección de cine de Tiempo Libre y de los textos de Juan Arturo Brennan para los programas de mano de la OFUNAM

147
Me acuerdo de las tiendas de Todo por $3 que alguna vez abarrotaron a lo largo y ancho todo el Centro Histórico y de toda la basura que compré en ellas

148
Me acuerdo de las ultrasónicas abriendo para Sonic Youth y de la extraña sensación de resignación colectiva que provocaron entre el público (era más nuestro deseo por que se fueran que el de insultarlas)

149
Me acuerdo de lo sofisticada que me parecía la palabra Mezzanine, especialmente porque así se llamaba el departamento de la Comercial Mexicana de Pilares donde vendían muebles y al que sólo subíamos de vez en cuando

150
Me acuerdo de lo tremendamente divertido que era encender la tele en las noticias durante la huelga de la UNAM y saber que forzosamente habría alguna noticia al respecto que de algún modo tenía que ver conmigo

151
Me acuerdo de los 40 segundos durante los que pensé seriamente "¿y si estudio Administración de Empresas?" después de una clase de Orientación Educativa en la prepa

152
Me acuerdo de los 43 goles que metí en sexto de primaria

153
Me acuerdo de los tacos Chupacabras y de las Muertortas de Acoxpa y Miramontes

154
Me acuerdo cuando no me gané un carrito Hot-Wheels en una dinámica del McDonald's de Centro Coyoacán porque la estúpida empleada adolescente leyó mi nombre como "Rogelio Gomez"

155
Me acuerdo de los Pepsilindros

156
Me acuerdo de los Tambitos de tamarindo y de sus palas de plástico

157
Me acuerdo de los antros de mala muerte de Coapa, especialmente del Burros y Mulas, donde te disparaban Cabrito con una Super Soaker Nerf, y del legendario Litrógeno

158
Me acuerdo de los aros de cebolla Barcel y del perico pirata que adornaba su bolsa y, sobre todo, de su sabor fabuloso

159
Me acuerdo de los caldos de gallina de Félix Cuevas casi esquina con Avenida Coyoacán, los mejores de la galaxia

160
Me acuerdo de los comerciales del Centro Cultural Arte Contemporáneo

161
Me acuerdo de los conciertos de jazz los sábados a las 5PM en el CNA

162
Me acuerdo de los conciertos de jazz los viernes por la tarde en la explanada del CCU

163
Me acuerdo de los cuetes que aventaban en la iglesia de la Santa Cruz y de la mentira bienintencionada con que me explicaban el por qué sonaban precisamente una noche antes de mi cumpleaños

164
Me acuerdo de los cupones de descuento que salían en las últimas páginas de la sección amarilla y que con ellos compré desde CDs hasta un pedal BOSS DS-1

165
Me acuerdo de los modelos de autobuses y trenes para armar que salían en las cajas de los mazapanes y que la cajera de la Farmacia VYR amablemente me regalaba

166
Me acuerdo de los pollos rostizados de Trico y de lo deliciosos que sabían en un sábado

167
Me acuerdo de los punketos y darketos que vendían barras de caramelo por $1 en el tianguis del Chopo

168
Me acuerdo de los Robonúmeros Helen's

169
Me acuerdo de los tacos de piñón de Cuernavaca y de una casa con acabados egipcios en su fachada

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Me acuerdo de los tenis Samba

171
Me acuerdo de mi madre pintando sola y en un arranque las paredes del departamento cada que se le ocurría y de la triste paleta de colores que solía elegir

172
Me acuerdo de muchas tardes y noches escuchando Pulsar FM, "¡5 canciones continuas!"

173
Me acuerdo de tardes odiosas que parecían eternas esperando a mi madre frente a alguna vitrina en el Centro Joyero de Madero

174
Me acuerdo de todas las veces que llamé a las estaciones del IMER por algún concurso, pensando que como vivía cerca mi llamada entraría más fácil, y no sé si fue por eso, pero efectivamente me gané un montón de basura. Lo mejor: un boleto doble para el California Guitar Trio en el Hard Rock Live; lo peor: un libro de Guillermo Samperio

175
Me acuerdo de un aficionado tirando al vacío su playera de los Pumas desde lo alto de un pasillo del Estadio Azteca tras un empate con el América 2-2 en mi primera visita a un partido de futbol

176
Me acuerdo de un concierto de Christopher Redgate en el Anfiteatro Simón Bolívar de San Ildefonso

177
Me acuerdo de un concierto de Guillotina en la colonia Pensil

178
Me acuerdo de un concierto de una banda que tocaba covers de metal en el auditorio de la escuela de música G.Martell durante unas vacaciones navideñas

179
Me acuerdo de un convivio en tercero de primaria en el que decidí aventurarme a comer tres hot dogs y me dolió el estómago

180
Me acuerdo de un desfile de primavera sobre la Avenida de los Insurgentes visto desde el patio del McDonald's que aún está frente al Parque Hundido

181
Me acuerdo de un domingo en que se formó un anillo alrededor del sol y salí a verlo con mis primos, aterrado

182
Me acuerdo de un edificio a lado del DIF Gaby Brimer que ostentaba un enorme letrero que rezaba "CENTRO DE CÓMPUTO" y de lo hilarante que me resultaba repetir esta palabra una y otra vez cuando pasábamos por ahí

183
Me acuerdo de un evento VOX 101.7 FM en la plaza de toros México

184
Me acuerdo de un muchacho gay muy simpático al que conocimos llamado Aminadap y que, tras descubrir que sus hermanos tenían nombres similares (¿persas?), decidimos llamar a uno de ellos, sin siquiera conocerlo, Nabucodonosor

185
Me acuerdo de un paquete de chicles de la familia Telerín recién comprados en un puesto afuera de la escuela un viernes en el que llovía con nubes pero algo de sol

186
Me acuerdo de un par de años durante los que podía recordar día y fecha exacta de prácticamente cualquier evento pasado, sin falla, para asombro y muchas veces molestia de algunos de mis amigos

187
Me acuerdo de un puesto de dulces y botanas en un andén del Metro Copilco en el que todo costaba $2, incluidos unos cacahuates japoneses, claramente copiando el diseño de los genuinos Nishikawa, que parecían piedras

188
Me acuerdo de un sábado escuchando el disco "¡…RIFA!" de El Morro

189
Me acuerdo de un téibol en Cuernavaca

190
Me acuerdo de un árbol de los deseos de Yoko Ono y me acuerdo que me acordé de Pilar

191
Me acuerdo de una aburrida exposición permanente del Archivo Casasola en un despacho avejentado de la calle Madero en el Centro Histórico

192
Me acuerdo de una chava de la FCPyS que me hizo la plática en una fiesta al extremo sur de la ciudad (se llamaba Tere, me acuerdo porque ella misma me retó a recordar su nombre minutos después de abordarme diciendo que nadie recordaba los nombres de la gente que se conoce en fiestas) y que, por su culpa, perdí mi aventón de regreso

193
Me acuerdo de una feria del mole de Actopan en la que se iba a presentar Olga Breeskin (y que no vimos)

194
Me acuerdo de una firma de autógrafos de Guillotina en la que, al llegar con Manuel, tomó mi copia de su primer disco (ya descontinuado) y me preguntó, sonriendo: "¿dónde conseguiste esto?" y yo sólo atiné a responderle: "¡me costó un huevo!"

195
Me acuerdo de una mañana de sábado leyendo por primera vez El Aleph de Borges cuando el estruendo de un microbus impactando un árbol sonó en la calle

196
Me acuerdo de una muchacha en una fiesta masiva que tenía el trasero más bello que había visto jamás, y al contarle a unos amigos que era aun más bello que el de una muchacha de la escuela, famosa por este atributo, fuimos a buscarla y ya no estaba

197
Me acuerdo de una muchacha saliendo de una casilla de votación cerca de mi casa en las elecciones de 2006 llevando en su mano un libro de Sartre

198
Me acuerdo de una pinta en el panteón de Xoco que veía todas las mañanas camino a la prepa y que rezaba: "si los muertos revivieran por Cuauhtémoc votarían"

199
Me acuerdo de una tarjeta navideña de Ziggy comprada en la farmacia

200
Me acuerdo de una tienda de muebles y decoración sobre la calle de Gante en el centro que colocó carteles del tamaño de todo el ventanal que decían: "MÉXICO 5-1 ANGOLA" el día que se jugó ese soporífero partido de la copa del mundo de 2006 que, en realidad, terminó 0-0

201
Me acuerdo del "inglés de Interlingua"

202
Me acuerdo del Be-bop que tocaban a partir de las 22:45 hrs en Horizonte FM

203
Me acuerdo del Cine Continental

204
Me acuerdo del Concierto por la Paz entre Caifanes y Maná, probablemente la última manifestación de la aburrida dicotomía "Rock VS Pop" en el rock-pop mexicano, aunque no más aburrida que lo que lamentablemente vendría después

205
Me acuerdo del De Todo de Félix Cuevas y el de Copilco, y sobre todo de sus enormes marquesinas a la entrada, probablemente uno de los logotipos más bellos en la historia del diseño contemporáneo mexicano

206
Me acuerdo del Discolandia de la colonia Portales

207
Me acuerdo del Gol de Zague contra Perú en la Copa América de 1993

208
Me acuerdo del Mercado de Discos

209
Me acuerdo del Pocho Insúa y su lesión en un torneo Interliga (que también llamaban Interhacha) y cómo ya nunca volvió a ser el mismo

210
Me acuerdo del Seven Happi

211
Me acuerdo del Tower Records de Altavista y de sus horribles letreros aerografiados

212
Me acuerdo del Video Risa y del Cácaro Churromayor

213
Me acuerdo del asombro que me producían los puestos de revistas y que hoy trato de revivir plantándome tercamente frente a ellos, sin éxito

214
Me acuerdo del asombro que sentí la primera vez que usé unos audífonos escuchando la primera canción de la banda sonora de The Bodyguard

215
Me acuerdo del bochorno y la impotencia que se sentía tener que estar de pie bajo el sol entre vecinas y señoras desconocidas sobre Avenida Universidad esperando a que pasara el Papa Juan Pablo II en su carro frente a la multitud durante una fracción de segundo

216
Me acuerdo del cine Arcadia

217
Me acuerdo del concierto de Chayanne en el Zócalo

218
Me acuerdo del concierto de Thurston Moore, William Winant y Tom Surgal en el Salón México

219
Me acuerdo del control de Nintendo 64 de oro que la revista Club Nintendo ofreció en un concurso

220
Me acuerdo del escaso público en el teatro Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura abucheando a la pantalla cuando en la proyección del documental de Gabriel Orozco alguien dijo la palabra "posmoderno"

221
Me acuerdo del fiasco que fueron los Fabulojos

222
Me acuerdo del humanoide de Metepec

223
Me acuerdo del jingle de "Arriba el Monterrey, arriba el Monterrey, ¡arriba el Monterrey!"

224
Me acuerdo del letrero que colgaba sobre una puerta a un costado del periódico Reforma que mencionaba los horarios en que se podían pedir ejemplares atrasados, y cómo siempre me quedé con la débil curiosidad de comprar el periódico del día que murió Kurt Cobain

225
Me acuerdo del miedo que me daba el Chupacabras

226
Me acuerdo del mural de Superman que anunciaba al Comicastle de Trico

227
Me acuerdo del mural en el techo de Mundo E

228
Me acuerdo del pequeño tianguis de Avenida Universidad entre Parroquia y Félix Cuevas y de la incómoda sorpresa que experimenté cuando, recorriéndolo a las 7 de la mañana en mis primeros días rumbo a la secundaria, descubrí que mucha gente vivía y dormía en sus puestos

229
Me acuerdo del periódico de caricatura El Mosquito. Salía los lunes

230
Me acuerdo del placer que me provocaba ver en la tele un partido de los Tecos comiendo una sopa Maruchan algún viernes por la tarde regresando de la escuela después de horas de tráfico en un RTP sobre Periférico

231
Me acuerdo del primer video de Huevocartoon

232
Me acuerdo del profesor Bricio en la prepa 6, el único en toda mi vida del que logré aprender matemáticas por mí mismo

233
Me acuerdo del ratón que te celebraba en tu cumpleaños en el restaurante Helen's

234
Me acuerdo del restaurante que había en la esquina de República de Colombia y Girón, en el Centro Histórico, de sus puertas de madera pintadas de esmalte azul celeste y de su menú de $10 con tortillas hechas a mano, donde comía con mi mamá después de pasar toda la tarde caminando entre puestos

235
Me acuerdo del sol que alumbró al pueblo de El Carmen, Hidalgo en varios veranos a principios de la década de los noventa

236
Me acuerdo del sujeto bebido que en las carreras del autódromo Hermanos Rodriguez gritaba "¡esas de Tecate son mis primas!"

237
Me acuerdo del sujeto que ponía un puesto de dulces frente al Colegio Montaignac (una simple tela en la banqueta) y que siempre me daba un Frutsi gratis sin rechistar ni un ápice porque yo creía haberme ganado uno, aun cuando la leyenda en la tapa premiada fuera ambigua o borrosa

238
Me acuerdo del taxista que nos llevó a un centro de reparación de electrónicos que estaba frente a Comicastle y que, al ver los pósters de personajes de comics en la entrada, nos dijo que el último número de Wolverine estaba muy bueno o algo así

239
Me acuerdo del terror que sentí cuando me encontré ante un holograma de una lechuza en una sala del Túnel de la ciencia del metro La Raza

240
Me acuerdo del tianguis de los jueves en el parque Pascal Ortiz Rubio (mejor conocido como Gayosso)

241
Me acuerdo del vigilante en Casa del Lago que me compartió, de la manera más elaborada que le era posible, sus impresiones de una exposición de arte contemporáneo particularmente rebuscada que ahí exhibían

242
Me acuerdo del árbol a media calle (literalmente, en medio del arroyo vehicular) que había que rodear para llegar a casa de Elena en el Ajusco

243
Me acuerdo que Bora Milutinovic nació en Bajina Basta, ex-Yugoslavia

244
Me acuerdo que cuando liberaron las instalaciones de la UNAM después de 9 meses de huelga, el primer día que por fin pudimos regresar a la prepa fue un San Valentín, y al entrar me quedé embobado viendo los pasillos y paredes que ya estaban atestados de cartulinas y pancartas amorosas. Me sorprendió darme cuenta que la cursilería colectiva no necesitó ni 24 horas para reorganizarse

245
Me acuerdo que el día del Eclipse de 1991 me asustó y entristeció la idea de que tendría que ir a la cama para ir a la escuela al día siguiente

246
Me acuerdo que en sexto de primaria todos los niños debíamos vender dulces de la cooperativa en el recreo y que mi récord regresando con la bolsa vacía se terminó el día que me tocó vender paletas de Dedo Vero. No vendí ni una (en el fondo, yo no creía ni un poco en el producto)

247
Me acuerdo que estábamos jugando futbol cuando dieron la noticia del asesinato de Colosio y que desde entonces conservo el recuerdo del clima cálido de ese día

248
Me acuerdo que gané un tercer lugar en un concurso de trompos Premier en Mercerías del Refugio de Félix Cuevas y que me dieron de premio una punta de metal que aún conservo

249
Me acuerdo que la cajera de Carrefour que me cobró cuando me compré mi primer modular con lector de CD se llamaba Martha Sánchez

250
Me acuerdo que la primera marcha a la que asistí fue a una del 2 de octubre y que me sorprendió la aparente impresión de unidad que daba tanta gente junta, más que un concierto

251
Me acuerdo que los martes cambiaban el juguete de la cajita feliz de McDonald's

252
Me acuerdo que una noche antes soñé el marcador del partido de México VS Holanda en el mundial de Francia 98 (2-2) y que lo vimos desayunando hot cakes en casa de Fernando

253
Me acuerdo que vendían un abono semanal para el Metro

254
Me acuerdo, con una enorme fidelidad, de la emoción que sentía al comprar una caja de cereal en la que viniera alguna figurilla promocional (especialmente las de la selección mexicana de futbol en el mundial de Estados Unidos 94)

255
Me acuerdo cuando Luís intentó falsificar decenas de tarjetas Futgolazo Nestlé haciéndoles rayones indistintos con bolígrafo y queriéndonos hacer creer que estaban autografiadas

256
Me acuerdo cuando el pulpo, probablemente el sujeto más culto que he conocido, cometió el desliz de decir "¡qué paradigma!" queriendo decir "¡qué paradoja!", y que lo usé en su contra por mucho tiempo 

257 
Me acuerdo cuando soñé que pedía, en una broma telefónica, mil cajas de polvo para hacer agua de naranja, cada una con mil sobres, lo que daba un millón de sobres. Mientras repartidores recorrían de ida y vuelta la entrada del edificio dejando cajas por todos lados, yo estaba aterrado viendo que habían tomado el pedido en serio y pensando cómo iba a hacerle para pagarlas

258 
Me acuerdo cuando soñé que subía a la azotea de noche y al alzar la vista había un ovni tan grande que no se podía ver el cielo

259 
Me acuerdo cuando, a una calle de volver a casa de mi primer día de preparatoria, noté que un ave había apuntado sus desechos con éxito a mi hombro izquierdo, hecho que interpreté como un presagio desafortunado para los siguientes tres años 

260 
Me acuerdo de la gigantesca sensación de pertenencia que experimenté la primera vez que leí algunos fragmentos al azar de los Pensamientos de Pascal frente a un anaquel de la biblioteca central de la UNAM 

261 
Me acuerdo de tardes de sábado haciendo tarea de matemáticas escuchando en bucle los cinco discos de Nirvana que cabían en la charola de mi modular Aiwa (Bleach, Nevermind, Incesticide, In utero y Unplugged in New York, en ese orden) 

262
Me acuerdo que en un sueño entendí o creí entender  perfectamente "The nominal three (to William of Ockham)" de Dan Flavin, y al despertar no pude recordar nada. A la fecha todavía trato de acordarme qué fue lo que entendí 





Otra cosa de la que me acuerdo es de todas las películas que vi, todos los discos que oí y todos los libros que leí en este desastroso 2021 y que son el verdadero motivo de este ocioso y ya tradicional post anual que quién sabe hasta cuándo podré continuar, así que, con todo y el año de porquería que se fue, valgan mis siguientes recomendaciones para este que viene para aquel incauto que esté dispuesto a aceptarlas:





¿El mejor libro que leí en 2021?


 Mike Kelley, Plato's cave, Rothko's chapel, Lincoln's profile, 1987


El despreocupado arranque de emoción que viene de parear palabra con objeto es una analogía más bella y apta para la liberación, el éxtasis desenfrenado del alma libre del dominio de la carne. Deja que la fantasía ande a sus anchas. Llena el oscuro pozo con las resonancias del color y la poesía. Murmuran y hacen eco desde zonas donde alguna vez solía morar la desesperanza. ¡Ahora esto es una celebración! 


Este es posiblemente el material más estimulante y complejo escrito por un artista que haya leído jamás. Algunos apuntes: Kelley produjo durante los primeros ocho años de su carrera una larga serie de performances basados principalmente alrededor de objetos y diálogos, de los cuales no grabó ninguno. Su idea era que de hacerlo, alguien podría revisarlos y buscar el significado de sus actos y palabras, y a él lo que le interesaba no era qué significaban, sino el tono, la impresión general de confusión que dejaban en la cabeza de sus pocos afortunados espectadores. No obstante, grabó dos en audio, los últimos que produciría: Plato's Cave, Rothko's Chapel, Lincoln's profile y The peristaltic airwaves, hecho específicamente para radio. Estos únicos dos ejemplos son suficientemente poderosos para entender lo que estaba haciendo Kelley y lo poco que se parecía a cualquier otra cosa. Este libro, que acompañaba a la exposición, contiene una serie de textos inconexos escritos en libre asociación, en un tono vehemente, lúcido y violento, más parecido a una incantación que a un aburrido texto de arte, y de cuyo centenar de páginas se derivan los guiones de los dos performances arriba citados.
Entrevistado 25 años después a propósito de su última retrospectiva, cuando se le preguntó de qué trataba esta pieza, Kelley confesó que "no se trataba de nada".




Morton Feldman, Pensamientos Verticales


Originalmente publicado como Give my regards to 8th street: Collected writings, este libro, con estatus de leyenda urbana de tan inconseguible que era incluso en su idioma original, se editó hace poco en español por una editorial argentina, que Dios guarde en su gloria. Todo el mundo sabe que Feldman estuvo muy involucrado con los pintores de la Escuela de Nueva York, y eso, más su entendimiento musical, produjeron algunos de los textos sobre arte más lúcidos y brillantes que jamás haya leído. Su picardía, su terquedad con ciertos asuntos (como sus constantes ataques a Messiaen, Stockhausen o Boulez) y su perspectiva para ver el arte, completamente ajena a cualquier texto crítico, vuelve a estos escritos en un tesoro que desde que lo lees sabes que no encontrarás en ningún otro lado. Su estilo te recuerda a otras plumas enrarecidas y maliciosas, como las de Carlos Monsiváis o Melquiades Herrera.
 





Sayaka Murata, Earthlings, 2019


Mi ciudad era una colección de nidos, una fábrica de producción de bebés. 
Yo era una herramienta para el bien de la ciudad. En dos sentidos:

En primera, tenía que estudiar duro para convertirme en una herramienta de trabajo 

En segunda, tenía que ser una niña buena para que me pudiera volver un órgano reproductivo para la ciudad. 

Probablemente sería un fracaso en ambas cosas, pensé. 


He aquí una nota curiosa: medio mundo cayó rendido ante Konbini ningen de 2016, pero su título en el idioma original コンビニ人間 literalmente significa algo así como "seres humanos de tienda de conveniencia", pero todas sus traducciones alrededor del planeta optaron –por razones obvias– por "mujer de tienda de conveniencia", lo cual es interesante porque si bien Murata necesariamente escribe desde la perspectiva propia de su sexo, no acentúa dichas particularidades, si acaso las retrata como lo inevitables que son. Su mundo es inflexible en un cariz insoportablemente general, y tal vez eso sea lo que lo vuelve tan aterrador, como Camus. Cuando uno termina Konbini ningen se queda con la sensación de que ha sido sacudido violentamente y el efecto postlectura es ligeramente traumático, es decir, sabes que algo te sacudió, y esa sensación se queda contigo de manera flotante, más que las palabras exactas que has leído. No obstante, cuando por fin lees Earthlings te das cuenta que Murata, de hecho, estaba siendo suave contigo. Earthlings es despiadado, como si te diera una paliza alguien que no muestra ni felicidad ni odio al hacerlo, y me parece de una humanidad indescriptible que lo que haga que el lector se identifique con sus personajes sea precisamente esta indiferencia. Creo que Sion Sono funciona más o menos así, aunque menos.

No me atrevo a tratar de describir más de Earthlings, pero sí de lo siguiente: cuando terminé de leerlo, a media noche, quise saber más de él, todo lo que pudiera, así que lo googleé y aunque me topé con algunas pobres entrevistas a Murata, la mayoría del contenido eran reseñas que distaban mucho del adjetivo "literarias". En una entrevista que se había realizado en un restaurante de lujo en Tokyo, el o la reportera describían con picaresca pero estúpida meticulosidad los precios de los platillos y sus ingredientes exóticos, salpimentados si acaso con los comentarios de la autora (lo que me produjo un desdén similar al de enterarme que los conciertos de muchos ídolos pop de los 90's incluyen un triste popurrí con sus éxitos y se centran en canciones nuevas que a nadie, ni drogado, le importan). En otras reseñas no menos estúpidas lo calificaban con definiciones domingueras como sombríamente divertido, hay que leerlo. Me enfureció de una manera que nunca había experimentado. Esta persona había vertido todo su cerebro en una obra, y podías ver la magnitud del amor de este acto, Murata había hecho algo similar a una caricia a los otros miembros de su misma especie a través de las palabras, y a estos sujetos de estupidez indescriptible les pareció que una gran manera de compartir este amor al resto del mundo era con frases huecas, simpaticonas. ¿Qué habían leído? ¿En verdad pudieron mantenerse protegidos de sus ideas, no verse afectados por ellas en lo más mínimo? Me sentí asqueado de compartir esta lectura con estos seres humanos que, como decía Thoreau, creen que pueden matar el tiempo sin lastimar la eternidad, y me dije que mientras estuviera vivo no quería siquiera recordar que existía gente así.

Ok, sé que suena a que estoy exagerando, pero lo digo muy en serio, así que aun si exagero, es lo que es ¿por qué habrías de esperar menos? No creo en el cinismo ni la ironía como manera de relacionarte con el mundo. Alguna vez creí en ellos, pero ya no. 

Escribí esta misma perorata, con algunos elementos recuperados aquí y otros olvidados y mucho más detallados en este tuit escrito a altas horas de la noche








¿La mejor película que vi en 2021?

 



 

Shinji Somai, Lost chapter of snow: passion, 1985


¡Todo el mundo hágase a un lado! En pocas, muy pocas y raras ocasiones tengo la oportunidad de ver una película como esta. Recuerdo que cuando terminó sólo pensaba: "¿cómo pudo alguien dirigir esto, cómo lo planeó?, ¿lo vio así en su cabeza o lo fue construyendo poco a poco? ¿Se dio cuenta de lo que estaba haciendo?". Ni siquiera Blue de Hiroshi Ando o El jardín de los cerezos de Shun Nakahara me impactaron tanto. Y me impactaron muchísimo. 


 

De Somai he visto 7 películas, y lo variopintas que siempre me parecen entre sí me obliga a citarlas aquí para tratar de explicar mi estupor. Primero, Moving me pareció profundamente japonesa y sutil, pero con Typhoon Club no supe si era tan sutil que no podía detectarlo o si se trataba de un ejercicio estilístico desvergonzado, como creo que es abiertamente el caso en Sailor suit and machine gun. Kaza Hana y Love Hotel son quizá las dos más parecidas entre sí: oscuras, serias, con protagonistas disparejos pero que no hacen concesiones en su oscuridad y lentitud. Por último, Tokyo Heaven me pareció preciosa, me recordó a Kaitô Ruby de Makoto Wada, con personajes a los que es imposible no encontrar adorables y aceptar la bobería de su trama.



 

Así pues, Lost chapter of snow: passion no encaja con ninguna de estas películas. Me hizo recordar las calificaciones de Nelson Carro en la revista Tiempo Libre, que sólo daba dos estrellas a películas muy buenas, pero jamás tres, esas estaban reservadas a películas de Bergman o a Interiores de Woody Allen. Me pareció que esta seguramente debía conseguir las tres. No obstante, probablemente quienes sepan de cine sabrán dar razones sobre por qué esas películas son lo importantes que son, pero yo aún no sé explicar por qué Lost chapter of snow: passion me parece tan inmensa y colosal. Esta sensación de no saber pero poder apreciar plenamente una experiencia es, creo, lo más grande que puede lograr un artista y la mejor recompensa para un espectador; guardamos a lo largo de nuestras vidas apenas un puñado de sensaciones como estas respecto a las obras de arte, y quisiera tener un léxico menos pobre para describir esta mejor. Lo siento. 





Mencionar apenas lo remoto de su historia, que roza la nadería, sus actuaciones abiertamente teatrales que parecen no desperdiciar un solo gesto, lo sutil de los problemas que se discuten (como el amor de Natsuki), su fotografía increíble y escenas como las atrapadas de pelota en el jardín de cerezos mientras oscurece o donde Yuki Saito, DESLUMBRANTE, baila sin control, son lo más que puedo hacer por tratar de describir el portento de película que Lost chapter of snow: passion es.



 

 

 

 

Esta película me impactó tantísimo que, también injustamente, no pude abordar muchas otras películas grandiosas que vi en este 2021. Sirva enlistarlas aquí, apelando a la curiosidad de quien lea y de su paciencia buscando en páginas piratas: 


American job, Chris Smith, 1996 (un gringo white trash sin el más mínimo atisbo de esperanzas ni futuro trata de mantener un empleo insignificante tras otro, un retrato clásico de la Generación X entonces en boga, pero sin rastro de redención) 

Echo of silence, Atsuro Watabe, 2008 (¡es brutal, de una paciencia increíble!, me recordó a Petal Dance

Un asunto de familia, Hirokazu Koreeda, 2018 (¿cómo le hace Sakura Ando para interpretar cualquier clase de papel como lo hace?, la he visto interpretar a una madre de familia abnegada, a una mafiosa y a una mujer que ha visto cosas difíciles pero aun llena de humanidad, y en todos ha sido sensacional)

Kaitō Ruby, Makoto Wada, 1988 (nunca pensé que un musical podría gustarme tanto, y tiene a uno de los personajes femeninos más encantadores que recuerde, una especie de Amélie tokiota, sin los efectos nocivos para la personalidad de su posterior versión parisina) 

Kikyo, Kōji Hagiuda, 2004

Nadie sabe, Hirokazu Koreeda, 2004



 

 

 

¿El mejor disco que escuché en 2021?

 

  

Ironomi / Niji (2015)

Este disco es impresionante. No sólo por lo potente de su interpretación (¡súbanle a todo el volumen a la primera parte para que el chelo truene las bocinas!) sino por la resistencia que implica desarrollar estas piezas a lo largo de los 163 minutos que dura, especialmente porque ninguna es particularmente conclusiva, todas suenan como parte de un continuum muy sofisticado que no anuncia ni delata en lo más mínimo hacia dónde van. Son dos horas y tres cuartos de música capaz de contenerte.

 

  

Ichiko Aoba / 0 (2013)

Estoy siendo muy injusto aquí. De Ichiko Aoba, a quien apenas tuve la fortuna de conocer este año, escuché también Adan no kaze (2020), qp (2018) y Kamisori otome (2010), pero probablemente 0 es el que más recientemente se me habrá quedado en la mente. Todos ellos son entrañables, y es más o menos todo lo que puedo decir.


 

 

 Kensuke Ushio, Inner silence (2017)

Discos como este te recuerdan la recompensa de lograr desarrollar una idea por difícil que parezca. Ushio, quien también compuso la música de Liz y el pájaro azul, escribió la banda sonora de Una voz silenciosa y desarrolló Inner silence como un ejercicio extra, más bien experimental, que sólo se podía conseguir con el DVD de la película. Cuando lo escuchas entiendes perfectamente por qué. Koe no katachi (lit. la forma de la voz) es la adaptación de un manga sobre la vida de una niña sorda, por lo que su música está repleta de piezas suaves y sutiles. Es un gran disco, pero Inner silence va mucho más allá. Durante poco más de dos horas, Ushio logró replicar, con nada más que piano y lo que bien podría ser producción digital o grabaciones de campo (no sé tanto) cómo debe escucharse un sonido encerrado, enmudecido, que a duras penas logra salir de su instrumento, del que sólo se escucha el ruido de su contenedor. Las insistentes teclas apagadas del piano, de las que puede distinguirse no sólo su timbre sino también su constreñimiento, evocan ese efecto de una voz encerrada que sólo puede manifestarse difícilmente a golpes secos bajo el rugido de un viento que es ensordecedor al mismo tiempo que silencioso. Me gustaría saber cómo se le ocurrió componerlo o qué pensaba que sonaría.





¿La mejor canción que escuché en 2021?

 

 


Sabou et mamie, Le train du sommeil






¿La mejor serie de televisión que vi en 2021?

 


 

Manben NEO, Naoki Urasawa, NHK, 2020



Como ya expliqué el año pasado, Manben revela los procesos de producción de la industria del manga desde sus entrañas, colocando cámaras en los estudios de sus artistas y platicando sobre sus procesos, dejando ver que estos artistas (que bajo una óptica torpe y simplista pero también práctica podríamos calificar como "comerciales") conocen aspectos del dibujo que pocos o casi ningún artista de museo conoce, y por supuesto no hablo de oficio. Son artistas que viven con un grillete al escritorio y entienden el dibujo como una herramienta para cumplir un objetivo claro. Siempre he dicho que un artista contemporáneo con las herramientas de la historieta sería un artista con un arsenal invencible y Manben NEO lo deja ver, al menos para quienes, como a un servidor, les interesa el cruce de estos dos mundos.






¿La mejor serie de animación que vi en 2021?

 

 

Non Non Biyori Nonstop, SILVER LINK, 2021


Creo que esta fue la única serie que vi este año, aun así, Non Non Biyori es siempre, siempre una maravilla. Todo lo que ha estado a lo largo de la serie (sus escenarios deslumbrantes, su ritmo lento, sus personajes hilarantes y entrañables, sus chistes cebos y su animación discreta sin más) está ahí. Personalmente, siempre me ha parecido lo más cercano a las películas francesas campestres en las que no pasa nada, mi género favorito (piénsese por ejemplo en L'épine dans le coeur de Gondry o Être et avoir de Nicolas Philibert, o incluso en Lessons from a calf, de Koreeda, aunque no sea francés).




 

 

¿La mejor historieta que leí en 2021?


 

 

Rookies, Masanori Morita, 24 volúmenes, 1998-2003


Es imposible no comparar, o al menos usar como referencia a Slam Dunk para entender por dónde va Rookies. Podría decirse que es prácticamente Slam Dunk pero con beisbol: un grupo de delincuentes entrenados por un profesor de espíritu inquebrantable. Además de contar con un dibujo extraordinario Rookies retrata de manera única la camaradería masculina, su lealtad y las vicisitudes de su orgullo. Su gran mensaje, desde el primer hasta el último capítulo, es la redención, y Morita logra mantenerlo interesante con una mezcla de lo moralista con lo inspirador que te mantiene enganchado





 

 

El hombre sin talento, Yoshiharu Tsuge, 1985-1986



Lo primero que tendría que decirse de El hombre sin talento, para captar de lleno de qué se trata, es que no es una buena historieta ni es sólo interesante: es una obra maestra, con todo lo ridículo que la expresión se antoje. Sólo comenzando por aceptar su magnitud y lo extraño de su existencia puede apreciarse en dónde se mueve.

 

De corte ligeramente autobiográfico, El hombre sin talento retrata un padre de familia que se embarca en una empresa fallida tras otra, cada una más difícil de creer que la anterior. Mientras estas aventuras ocurren vemos cómo su protagonista vive completamente solo en ellas, en silencio, con una voz monótona que adivinamos que está haciendo lo posible por mantenerse a flote sin importar cuan destinada al fracaso parece su vida.

 


 

En ese espacio donde el protagonista de Tsuge tiene tiempo para hundirse en sus reflexiones mientras ve la vida pasar sin él sin inmutarse y sin meter las manos es donde ocurre el meollo de todo. En su reseña de Viaje al fin de la noche, Georges Bataille menciona algo hermoso: dice que el gran mérito de Céline, lo que le da su significación humana a su gran y única novela, es que reconoce que hay cierta degradación en la base de la fraternidad cuando uno renuncia a una vida de reivindación y una consciencia demasiado personal a cambio de hacer suyas las reivindicaciones y la conciencia de la miseria, que es, en realidad, la existencia de la gran mayoría. Uno puede ver eso cuando Tsuge retrata esos momentos de incomodidad en los que su protagonista no puede consentir a su hijo en la plaza del pueblo, o cuando acepta avergonzado que el día ha terminado cuando su hijo lo busca al puesto de venta de rocas para decirle que ya es hora de cenar, como recordándole que un día más ha pasado y él sigue siendo un fracaso viviente. Cuando uno lee eso, lo puede sentir, se siente incómodo. ¿Cuántos artistas más pueden presumir de provocar algo tan poderoso?








Yuichi Yokoyama, Travel, 2006


Con todo y lo repetitivo que pueda sonar, habrá que empezar también por dejar en claro desde el principio que Travel es también una obra maestra igual de rara. Afortunadamente esta vez es un poco (sólo un poco) más accesible describir por qué. En una historieta, el primer problema con el que se enfrenta el artista es cómo figurar. Es decir, el mundo está frente a él, ya sea en persona o a través de su imaginación o referencias, y debe elegir una manera de referirse a él. La que elija dependerá de su oficio e intenciones, y entre más acorde sea una con la otra más satisfactorio será el resultado. Es cierto que podría decirse que esta es una manera larga de referirse al estilo, pero también es importante señalar que "estilo" es el término que uno usa cuando se ha declarado incapaz de ver aquello que lo construye, sus entrañas. De Yokoyama, eso es precisamente lo que nos interesa.



Un aspecto esencial de la historieta, y que podría decirse que lo separa un poco del arte como lo solemos entender, es que en historieta todo puede dibujarse. Me refiero a que la homogeneidad con que un historietista abarca sus motivos (la manera en que dibuja todos los aspectos del mundo, por grandes o insignificantes que sean) es inversamente proporcional al carácter único con que un artista (entiéndase un artista de museo o galería) representa los suyos. Para un historietista, cada árbol es siempre el mismo árbol y cada montaña es la misma montaña, por mucha maestría con que las represente. Por supuesto, una vez más, no estoy hablando de estilo, de repetirlo y degenerar, sino a que debido a la cantidad de trabajo que cae sobre el historietista éste debe construir una estabilidad, un mundo representable dentro de ciertos parámetros, mientras que del artista solemos esperar que cada árbol sea único, o que por lo menos lo intente, incluso si eso implica inventarlo desde cero e imaginarlo como otra cosa. No es mi modelo favorito de figuración, pero más o menos así es como suele funcionar.

 


 

¿Qué importa si un historietista debe construir su mundo? Que debe abrevar de él; por mucha originalidad gráfica que posea su dibujo, seguimos pensando que el artista de manga está refiriéndose al mundo (probablemente en arte el equivalente sería la cuestión de la representación contra el nuevo mundo abierto por la abstracción). Referirse al mundo en una historieta es algo tan elemental que no le prestamos importancia ni esperamos que se transgreda esta noción. El punto es que Yuichi Yokoyama sí la transgrede, o por lo menos se acerca mucho, tanto como para que aun cuando reconocemos los objetos y presencias del mundo en sus dibujos sin texto, percibimos lo perturbador de su empresa. Podría decirse que crea su mundo de cero, que sus imágenes nacen casi como si se viera en la difícil tarea de inventarlas, la misma en la que se vieron Mondrian o Picasso en sus dibujos de árboles o gallos respectivamente, pero también Ettore Sottsass o Alessandro Mendini al diseñar lámparas o en las máquinas imaginarias de Picabia. Yokoyama está mucho más cerca de estos artistas que de cualquier mangaka. Una pequeña señal de esto es su cita a Sol LeWitt en una entrevista al final del libro:
 


Definitivamente intento eliminar cualquier traza de humanidad. Al dibujar líneas utilizo sólo reglas rectas y curvas. Me encantan las obras de Sol LeWitt, pero no puedo decir por qué quiero que mi trabajo no sea humanista. Quizás es una explicación demasiado simple, pero creo que las obras humanistas, ya sea pintura, literatura u otras, revelan cierta impotencia. 

 

Travel relata sin palabras, como su título sugiere, un viaje que empieza con la compra de los boletos por tres personajes y termina cuando bajan del tren al llegar a su destino, sin ningún otro objetivo excepto desplazarse sobre el paisaje a bordo de la imponente maquinaria ferroviaria. A lo largo del recorrido verán lluvia, nieve, montañas, edificios y, en resumen, el mundo. Gracias a su obsesión con retratar cada palmo del mundo como único, Yokoyama logra verdaderamente replicar un viaje en dibujos. No hablo sólo de secuencialidad, sino de adentrarnos en este mundo que es descubierto poco a poco. Nunca había leído (visto) un manga así.







¿La mejor exposición que visité en 2021?


 

 



Kiyoto Ota, Criatura marina @ Acapulco 62

 

 

 



Tezontle, Refugio justo @ Liga DF

 

 

 


 Ulala Imai, Hola strangers @ Lulu 


Algo interesante que vale la pena mencionar es que estas expos fueron muy pequeñas, en espacios reducidísimos o a veces hasta escondidos, e hice memoria y noté que las mejores exposiciones que he visto en los últimos años han sido así, un suceso ínfimo pero preciado del que te enteras apenas de milagro, que sólo unos cuantos logran enterarse y ver, y cada vez creo más y más que todas las expos (al menos las que yo quisiera ver) deberían ser así. 







¿El objeto más interesante con el que me encontré este año?



Este cuchillo para cortar pan de Hoguera. Es una maravilla. Probablemente no lo usaré como se debe (el pan de más catego que llega a mi mesa son las teleras, y por principio de cuentas ni siquiera como pan), pero puedo verlo sin cansancio. Deberíamos rodearnos de objetos así todos siempre. 







¿La idea práctica más sensata de la que me enteré en el año?









Por último, si alguien ve a los pinzones que todos los días, como una plaga, colmaban mi ventana para comer alpiste, díganles que vuelvan por favor



 







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