2 jul 2012

2 de Julio de 2012, el día más triste del año

No recuerdo un día más triste que hoy en mucho rato. A mi mente me
vienen días al azar: cuando México perdió 2-0 ante Estados Unidos en
el mundial del 2002 porque la gente daba por hecho no sólo que
avanzaríamos a cuartos de final, sino que casi casi nos regresarían
Texas y California. También me acuerdo cuando se murió Cantinflas en
1993. Días así.

Yo también, como tantos, estoy entre triste y molesto. Pero juro que
en nada tiene que ver con que Peña Nieto vaya a ser el próximo
presidente. Lo que me entristece es lo que tengo alrededor, la gente
que vive en el mismo contexto y lugar que yo. Independientemente de la
compra de votos, las intimidaciones, los bots, los golpes, para nadie
es sorpresa que en los campos, en provincia, que una persona con
escolaridad mínima o cercana al analfabetismo, que no conoce otra cosa
que -cito a mi padrino, de uno de esos pueblos- "sobarse el lomo" vote
por el PRI no sólo es barato: es increíblemente fácil. Cuando has
vivido bajo un régimen económico de "comer o ser comido" y un sistema
de "apoyos" paternalista, cualquier otra opción no sólo levanta
sospechas: causa terror. Es un modelo de ignorancia básico y
elemental, pero nadie dijo que aquí fuera tierra de maestros
universitarios. No lo digo a tientas: tengo familiares provenientes de
ese modelo (un pueblo de menos de 1000 personas), y tanto para quienes
aún viven en él como para quienes se mudaron a otros estados (DF,
EdoMEX), el PRI no significa un partido político, significa, casi por
default, un modelo de gobierno válido en sí mismo. Ayer nos visitó
mi tía (quien no vive en ese pueblo, sino en la ciudad más cercana),
y nos lo resumió del mismo modo: votó por el PRI. Sus razones eran
prácticamente indebatibles: "si el PRI siempre gana, ¿para qué se
hace uno?". Desde que tengo memoria, eso no es sorpresa para nadie. Y
si no suena tan feo como suena, vayan a Internet y revisen quién acaba
de ganar las elecciones en Atenco...

Así, no es que AMLO haya perdido lo que me pone como a la mayoría nos
puso hoy -sabíamos que esa era una gran, gran, gran posibilidad, y
hasta hace unos tres meses, casi la única-, sino el entorno inmediato,
las personas que viven más o menos en el mismo tiempo y lugar que yo.
Desde aquellos que les da gusto y sorna ("órale, pendejos, tanta
marcha para que al final valieran madre, qué bueno, órale, ya
pónganse a trabajar" {como si quienes votamos por AMLO pensáramos que
hoy empezaban nuestras vacaciones y a vivir del seguro de desempleo o
algo por el estilo}), los serenos ("qué tristeza me dan los que no
aceptan los resultados, ya, por favor, hay que aceptar la voluntad de
la gente" {como si fuera un tabú criticar el proceso electoral
después de 2006 y eso nos quitara el derecho a cuestionar una de las
elecciones más sucias en nuestra historia}), los desentendidos ("me
alegra que haya ganado la participación ante el sospechosismo que en
nada ayuda a la sociedad" {como si el disenso social fuera un
horrible, horrible mal y no una contra necesaria para cambiar a la
sociedad [alguien por favor imagínese cómo sería este país sin
1968]}), los cínicos ("weeeeey, ¿y si mejor votamos por que todos nos
vayamos a la verga?, jajajaja" {como si fuera tan difícil saber que un
sistema que pretende mantener la pasividad y el orden es el primero
interesado en dar y favorecer un espacio -teórico, inofensivo- a este
tipo de 'pensamiento anarquista-libertario-radical-blando}) y los
clasemedieros que, a diferencia de uno, de verdad creían que su sala
de Viana y su Chevy estaban en peligro de devaluarse ("a mí no me da
buena espina ese señor, yo no sé por qué, ¡pero no vas a ganar,
Andrés Manuel, le pese a quien le pese!" {como si hubiera que ser un
genio para darse cuenta que cuando tu mayor miedo es caer de la clase
media es porque algo está muy, muy mal}). Eso es lo que me entristece
y me molesta, y se bifurca a dos canales: que la consciencia de clase -
el reconocer dónde estamos, qué tenemos y qué representa eso- es
microscópica, y que la voluntad -esa cualidad Schopenhaueriana, que
implica algo pesado, difícil, vital- se ha convertido, casi como
alternativa o hasta consuelo a 'tener más problemas', en una
aceptación brutal a que "así sea", "que pase lo que tenga que pasar",
"ni modo, ya,".

No necesitamos que nos digan, quienes gozan más de lo que les conviene
de sus contextos de mínimo o máximo confort (léase, desde clasemedia
con complejo de millonarios hasta snobs que no saben qué hay 6 cuadras
más allá de su casa) que las marchas no arreglan nada (eso lo
aprendí en la prepa, y si no lo hice antes es porque, acuérdense,
antes de que se organizaran las primeras elecciones para Jefe de
Gobierno en el DF, hacer marchas estaba casi prohibido), que es con
trabajo que construimos nuestra situación y hacemos un mejor país
(eso no es de hace 12, 15 u 82 años, siempre ha sido así). Tampoco
necesitamos que nos digan, por el otro lado, que una "revolución" es
inminente, porque hasta un niño sabría que un estrato cómodo y
mayoritariamente idealista como es el que en estos meses ha demostrado
estar informado y activo (ejem…) tiene pocas o ninguna de las
condiciones de incomodidad para llegar a desarrollar algo semejante. Y
diré que afortunadamente. ¿Han escuchado eso de La Dictadura
Perfecta? Adivinen, si así funciona entre "la juventud informada y
activa", cómo lo hace en otros estratos. No necesitamos que nos digan
nada de esto porque ya lo sabemos.

Lo que sí creo que merece "la pena" de mencionarse es lo anterior: no
podemos aceptar, bajo ninguna circunstancia (o próximamente, realidad)
que el ánimo base sea este, el de aceptación/resignación. Ni bajo
una ética de trabajo que reconoce su propia mano como la constructora
de su propio destino ni bajo una concepción de la realidad como algo
inevitable ni bajo una visión en la que lo de afuera no importa porque
yo sigo leyendo libros de sociología radical y me vale porque ni
voté. No me gusta que regrese el PRI (bueno, es un decir, siempre ha
estado ahí, nunca se ha ido), después de lo difícil que fue sacarlo.
Es casi irrelevante si es con Peña, Labastida u otro mejor o peor que
él (claro, mejor o peor en su medida de priístas), porque hablamos de
un monolito duro, impenetrable, inamovible. Pero, en mi escala, donde
lo único con lo que cuento es lo que se alcanza a ver desde donde
estoy, lo que más me preocupa es el ánimo. Vivimos en un lugar donde
el espacio para cuestionar y criticar es un paraíso comparado con los
demás estados (sí, soy un idólatra del DF, desde mis catorce años).
Lo que se ha logrado en los últimos meses es inaudito, y no debe ser
sólo una pretemporada electoral. Repetiré lo que tanto se ha dicho:
nos toca (ojo, que no "nos queda") cuestionar y exigir. No me meteré
con lo que representa que un país haya castigado al sistema que no
pudo con un sometimiento a lo que ya se conocía (con todos sus
defectos, que no son pocos) antes que darle la oportunidad a la otra
opción. No sé, no vuelvo a escribir de estas cosas, al final no sabes
como para qué o cual era el objetivo de hacerlo, más allá del casi
sentido del bien y el mal que en estas elecciones implicó, aunque creo
que es normal.

Lo que trato -creo-de decir con todo esto es que no reaccionemos a
esta realidad como cínicos, serenos, anarcovaleverguistas demasiado
buenos para los demás, cómodos, pacificadores ciegos, clasemedieros
millonarios fúricos o desentendidos. Sí me da mucho gusto, mucho de
verdad, que se haya alcanzado el porcentaje de participación del
electorado que se obtuvo -y eso no quiere decir que las
irregularidades que ocurrieron no pasaron, eso debe cuestionarse. Los
resultados acá en el DF también dicen muchas cosas. Muchas cosas han
cambiado, en diferentes lados y a diferente velocidad, no siempre en
la misma dirección, pero varias cosas se mueven, y que esto ocurra en
un momento donde el ascenso al poder del fantasma del que tanto
teníamos, es positivo. Sé que no soy el único que siente que hemos
vuelto a vivir en un imperio del que todas las imágenes que teníamos
parecían historia, y es contra esa tibieza y sentimiento de animación
suspendida que tenemos que posicionarnos. Eso o independizar al DF,
pero con nuestro hipercentralismo, creo, es suficiente por el momento.
Esperemos. Y hagamos, y eso incluye "percibamos" también.

La tinta del pulgar se me borró desde ayer en la tarde.

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