22 oct 2012

Social Media (parte III)




Día dos


Usar una computadora ajena para fines supuestamente laborales es extraño. Me gustaría decir que "me niego a la idea de revisar lo que mi jefa tiene en su computadora", pero la verdad es que ni siquiera me da curiosidad. La computadora de esta mujer grita "no confíes en mí, llego tarde a todo y no voy a recordar tu cara si te veo en la calle". Es imposible sentir un mínimo deseo de hurgar en sus archivos: usa el calendario y la agenda predeterminada de Apple, tiene instalado un Windows Messenger, su fondo de escritorio es una imagen azul que también trae la computadora por default. No me gustaría tener que lidiar con ella en momentos de crisis. No me gustaría estar con ella cuando llora. Por lo que fuera.

Los muros de la oficina crujen mucho. Son tablarroca vil y corriente, pero nunca deja de sorprenderme que crujen. En mi casa, de vez en vez, se oye como si la ventana tronara. Siempre pienso que poco a poco el edificio se mueve o se deshace muy lentamente, y que ese sonido son las ventanas aguantando un gramo más de peso mal distribuido, que algún día el vidrio va a tronar. Pasa lo mismo con la ventana de la sala. Estos muros crujen por pura inercia, la tablarroca es a la arquitectura lo que el papel cascarón es al arte. Deberían vender piedras de tablarroca para manifestaciones violentas. Bultos de yeso, cartón y pintura volando hacia una ventana y rebotando graciosamente. Al menos más gente se reiría sin malicia.

No tengo muchos datos de más gente aquí, compañeros de trabajo (es un mero término jerárquico, no una relación laboral real) o lo que sea. Estoy en una especie de proceso de des-apertura, léase, tratando de pasar desapercibido al ritmo de trabajo aquí (es un decir) y que nadie me vea ni me hable nunca. Cómo me gustaría trabajar en una banda en una fábrica, contabilizando pelotas o poniéndole cabezas a Barbies, algo como de película finlandesa. Estar entre dos oficinas con muros que separan mi escritorio es una ventaja, pero soy lo primero que ves cuando entras a este departamento, por lo que quizá ya me conozcan algunos como el gordo raro de redes sociales que no habla y no se mueve y que sólo se le ve de espaldas. Exagero. Creo que estoy un poco a la defensiva. Me perdono por existir.
Proyecto: hacerles creer también que tengo algún tipo de discapacidad. ¿Qué tan difícil de conseguir pueden ser unos bastones de aluminio con agarradera? Podría ponerlos a lado de mi escritorio y dejarlo ahí por siglos. Ojalá me corran antes.

Dato curioso: he notado que mi jefa suele decir "la maestría" para referirse al tiempo que estuvo en España justo antes de regresar, las amistades que hizo allá, el novio que tuvo (Iñaki, no me contó nada de él, pero me lo imagino usando una chamarra de mezclilla Furor y unos Ray Ban) y sus últimas clases de universidad antes de volver a México como la hija administradora pródiga. Cuando estaba en la maestría esto, cuando estaba en la maestría  aquello. Después de oídas y chismes entre amigos y followers en común (Twitter hace que tu mundo se vuelva tan grande como la Prepa 6) ahora sé, quizá de mala fuente, pero sé, que siempre que dice "la maestría", secretamente quiere decir cuando estaba dando vueltas en Madrid sin saber qué hacer antes de regresarme a vivir de las rentas de mi papá. Quizá estoy agregando una que otra palabra, pero en esencia eso es lo que secretamente se dice a sí misma.

2 comentarios:

sirako dijo...

quiero hacer una maestría en silla de ruedas.

Bob dijo...

Wey, ¡Sí!