28 nov 2010

do's and dont's in monterrey: parte I

Como ya les había dicho, me seleccionaron otra vez en Artemergente, que como ya les había dicho también (asch), es la bienal de arte “joven” que organiza el gobierno de Monterrey (a diferencia de la Femsa, que la organiza la oligarquía de allá y que, como suena, es una bienal medio aburrida, ya saben, como de tomar el té con el meñique arriba). Hace dos años fui y conocí y pensé que ya no tendría que regresar, la bienal se realizaba en la Casa de Cultura de Nuevo León (que aunque ‘casa de cultura’ suene feo, es una antigua estación de trenes muy grande y bonita, aunque lo viejo eventualmente se vuelve triste), pero este año la expo creció y la llevaron al Fundidora (que es como el Chapultepec de allá, aunque un millón de veces más bonito) y pensé que debería ir una vez más. Mis primeras y hasta entonces únicas impresiones de Monterrey era que era una ciudad atrayente, donde las cosas eran baratas y muy organizadas, no era la ciudad más limpia del mundo como lo era Guadalajara, pero sí era una ciudad mucho más organizada, o al menos el centro. Estuve allá el jueves, viernes y el sábado, y como creo que este blog está en pleno y radiante estado de convalecencia, ya de plano les escribo lo que hice y eso es el post (tal vez el regreso del blog sea un regreso a lo personal, lo cual no sé si sea algo malo o bueno). Como sea, esto fue lo que hice en Monterrey, Nuevo León de las 10:30 AM del jueves 25 a las 8:30 PM del sábado 27 de Noviembre. Es un post exhaustivo, les tiene que durar un rato, así que, como ya los conozco, lo dividiré en 3 partes 3. Sean tolerantes.

Cuando supe que iría de nuevo a la bienal pensé en proponerle un artículo a Plaq’s para la revista de fin de año y para ver si de casualidad me podían echar la mano con algo para aminorar mis gastos (eso es lo que odio de que el DF no tenga eventos de arte más o menos importantes: todos son de provincia y hay que pagar envíos y cosas así). Increíblemente, sí, tendría hotel gratis e incluso para un acompañante si quería. Unos días antes de salir me dijo que el hotel no sería un hotel de mala muerte, onda ‘Hotel Sonya’, sino el Misión, y que tendríamos gastos de comida y bebidas gratis. Me llevé al Greñas por varias razones: de todos mis amigos con trabajo maloliente, en el suyo siempre parece fácil faltar un día o dos sin mayor motivo, además es el tipo de persona que viajaría para ver exposiciones, puedo hacer comentarios mamones y él los pasa, le debo un millón de favores (si yo fuera House, definitivamente él sería Wilson) y, sobre todo, soy muy probablemente el peor viajero/turista del mundo, realmente no me gusta viajar, no se me da o al menos no en las formas en las que creo que debería dárseme, aunque creo que mi malcogidismo para viajar también tiene mucho qué ver con mis amigos artistas: la mayoría de los artistas que viajan hacen de la experiencia una especie de cosa mágica, y a mí me cagan las cosas mágicas, por lo tanto, viajar con alguien ‘viajerilmente’ dominante hubiera hecho todo más difícil (yo quedaría como un ojete intratable), así que la tolerancia del Greñas era la idea más sabia.

JUEVES 25 DE NOVIEMBRE

Primer punto a favor de Monterrey, su estación de camiones está a unos minutos caminando del centro de la ciudad, por lo que uno puede llegar a vagar directamente sin la necesidad de tomar un camión caro que casi nunca te deja exactamente donde tienes que ir. Cuando la ciudad te recibe con la noticia que tienes que tomar otro transporte para salir de la estación (ya sabes, preguntándole al sujeto que te ofrece taxis o a una señora en la salida) es un poco triste: tus ideas de aventura aterrizan, un poco a la fuerza, en el mundo real. Cuando salimos de la estación me quedó claro que nuestros movimientos por la ciudad dependerían enteramente de mi memoria de cuando vine en el 2008, a pesar de llevar mapas: una de las características del greña es que no distingue entre puntos cardinales. Mientras caminábamos a la esquina de Padre Mier y Garibaldi pasamos por el sector dental del centro y notamos que a pesar de tratarse de la tierra de la carne, en Monterrey existe un amor franco a los mariscos. Nunca nadie está contento con lo que tiene.

El hotel Misión, en efecto, era muy amable. Te regalan dos botellas de agua por día con vasos y portavasos, tienes un escritorio fancy con una cafetera (aunque la nuestra no tenía café) y tienes una reproducción de un cuadro de papeles pintados de Matisse (el último día descubriríamos que muy probablemente todos los cuartos tendrían el mismo). Tenías el control de la tele a la mano, una pantalla plana con cable y ganchos fancy para las camisas. Los últimos huéspedes dejaron en el closet un sobre de catsup Heinz que seguramente venía con una orden de Burger King. Se habría tratado de una pareja o un grupo de chicas, porque también dejaron un ticket del Seven-11 por toallas Saba (sí, como el delantero del Morelia). Se me hizo menos de mal gusto de lo que debería. Al greñas no, no es del tipo afecto a las narrativas perdidas y eso. Las tiró a la basura. La vista de nuestro cuarto era horrible, eran azoteas de edificios sin mucho que ver, apuntaba al norte, y si hubiera apuntado al sur hubiéramos visto el periférico y a unos cerros y a zonas verdes. Pero casi no mirábamos a la ventana.

Al llegar a recepción nos dijeron que, con todo y la cantidad de dinero en comidas y bebidas, teníamos un desayuno gratis, pero después de llamar nos enteramos que el horario de desayuno acababa cuando habíamos llegado. Esperamos a las 12 para comer. Mi primer descubrimiento era que la carta del restaurante del hotel era particularmente reducida, creo que no tenía más de 15 platos para cada tipo de comida. Greñas pidió salmón con una coca-cola (yo hice la misma cara que estás haciendo ahora mismo) y yo pedí tacos rib-eye con una Joya (es como el Yoli del norte del país, aunque no es limón, sino toronja). Lo primero que notamos, y sería más o menos representativo de los días siguientes, es que el mesero o jefe de meseros de ese turno era el mesero más amable y simpático del mundo. Nos ofreció agua de horchata. Era un señor de unos 60 años, algo gordo, muy parecido a Porcel (el de las gatitas). Iba y te hacía plática sobre la comida, sobre cómo había estado todo, sobre si te había gustado lo que pediste, nada sofocante, rápido y amable. No recuerdo haber conocido a un mejor mesero en mi vida, ni siquiera aquella chica del Hooters de quien hicieron un reportaje en blanco y negro un día en el canal 11.

Nuestra agenda de ese jueves era ver algo y hacer tiempo antes de tener que regresar al hotel para ir a la inauguración de la bienal en la noche, a las 7:30PM. A petición mía, fuimos al Gandhi de Monterrey, el único. Desde que fui a Guadalajara, entendí que los Gandhis de provincia no eran distintos de los mil de aquí en el DF, pero lo que sí tienen es que deben tener en uno solo todo lo que acá encontramos tras haber peinado toda la zona sur (yo preferiría un Mega-lo-Gandhi que varios Gandhis chiquitos en el centro, pero la dinámica de Gandhi no es ‘Siempre tenemos lo que buscas’ sino ‘igual encuentras algo curioso que te querrás llevar’). Entonces, además de estar correctamente surtido, te puedes encontrar con alguna joya que no llega allá al DF. Me gusta ir a librerías en otros lugares, lo siento. Contrario a lo que pensé, el Gandhi no se encontraba en el centro de la ciudad, sino más al poniente, a unos buenos 15 minutos caminando sobre una calle que en el sentido opuesto te lleva directo a la Macroplaza. En efecto, era un Gandhi grande. Si buscabas Deleuze sí tenían Mil Mesetas, al precio de cualquier otro Gandhi, pero lo tenían (en el DF tendrías que ir a buscarlo a Quevedo y tal vez lo tendrían en Palmas o Ibero). Es evidente que allá no tienen el manejo snobista de tener una mesa por editorial en algunos casos y se enfocan más a una práctica catalogación por tema, de manera que no hay mesa de Anagrama sino que están dispersos entre los demás. La sección de arte era muy grande con algunos hitos. Había un libro enorme de Nobuyoshi Araki y un catálogo de Lucian Freud de un tamaño en el que no deberían editar libros. Entre los highlights del artista contemporáneo, el libro este de ‘El profeta y la mosca’ de Francis Alÿs estaba a mitad de precio, a $249. Greñas lo compró. Es un libro de oro si te interesa saber por qué Alÿs pinta como pinta, está lleno de referencias, aunque esto es más de Alÿs y su disposición a dar material que del editor y el curador de la exposición. Los curadores son listos y organizados, pero no son artistas, no son muy curiosos, y a veces tienen una idea de corrección que impide que lleguen a esas fuentes, pero este libro las tenía por el artista. Mi highlight del Gandhi Monterrey fue un libro grande sobre la historia de las exposiciones en Los Angeles entre 1955 y 1985, que es cuando LA se volvió el centro del arte que hoy día es. Si me lo preguntan, el arte más interesante a grandes rasgos se hace en los Estados Unidos, y de los dos tipos dominantes (cosa oeste o LA y costa este o NY), aunque menos refinado y un poco más gritón, mi favorito es el arte angelino. Creo que es más arriesgado y un poco más, ahm, ‘confiado en sus procesos’ por más personales y tontos que sean (a diferencia del arte de NY, que a veces es demasiado correcto). El libro era mucho muy lindo porque entendías lo que hilaba cosas como las primeras fotos y cuadros de Ed Ruscha con ‘In search of the miraculous’ de Bas Jan Ader con los performances de Paul McCarthy y los greatest hits de Mike Kelley. El libro estaba lleno de fotos con piezas, fotos de los artistas cuando eran jóvenes, piezas raras de artistas que tal vez no conocías o invitaciones a las exposiciones. No era un libro de chismes locales, sino de cómo la historia local puede dar ideas globales para hacer arte. Era un libro de oro para mí (costaba $249, lo que es poco) pero no me lo llevé porque ya no me caben los libros grandes. Si lo veo acá en el DF igual y luego lo veo.

Notamos, poco a poco y cada vez más, que en Monterrey hay un movimiento llamado ‘Acción poética’ (creo que acá a veces aparece, no sé) rolando por las calles. Es, básicamente, frases ‘poéticas’ cortas (ojo, no son poemas) pintadas a brocha en paredes de edificios abandonadas, coches chocados y similares. A diferencia de la cantidad de paredes y de gente con ganas de expresarse en una ciudad grande como es la nuestra, allá están más bien solos, resaltan bien y fácil. Me gusta. Anyway, intentamos buscar la pinacoteca, que está en un lugar como ‘cultural’ de la UANL; recuerdo que no era un lugar nada impresionante, pero había una exposición u otra que no estaría de más ver si estabas por la zona, y estábamos por la zona. Nos guiamos por mi memoria de cuando vine en 2008. Cuando por fin llegamos a la calle donde estaba (Washington) dimos vuelta en la dirección opuesta y decidimos regresar al hotel antes de ir a la inauguración de Artemergente. Ya no volveríamos a buscar la pinacoteca en los días siguientes.

En los 50 minutos o más que tardaba greñas en bañarse, me puse a ver la televisión, encontré un anuncio de un restaurante de mariscos (lo que le daba la razón al greña, que decía que no por ser el pueblo de la carne no iban a amar los mariscos). Salía un gay en pantalones de cuero, con gorra y chaleco y lentes tipo Village People, te invitaba a los Mariscos de alguien (algo así como los mariscos de Pepe). El gay se paseaba entre la clientela y la clientela lo amaba. Me pareció de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Busqué especialmente ‘Acábatelo’ de Mario Bezares. Ya les había contado: después de una vida de patiño y del escándalo de la muerte de Paco Pacorro (a quien extrañamos tanto), Mayito (Mmmmmmm) se fue a Monterrey y se volvió un ídolo local. Acábatelo es un programa de variedad en toda la extensión de la palabra en el mismo formato que otros éxitos de Paquito como ‘Pácatelas’, de hecho es casi una copia, lo cual no es de achacársele a Mayito, pues es un formato que él construyó junto con Paco. Vi una rutina de 30 minutos que, descubriría al día siguiente, se repite exactamente igual todos los días. La protagonizan Mayito y una chica como de unos 22 o más, chaparrita, blanca, con shorts y playera polo rayada que hacía el papel de la niña inocente que hace cosas que parecen malas. La rutina es esta: la chica entra el escenario, Mayito trata de comunicarse con ella hablando y ella sólo grita y da brincos. Hay una resbaladilla de plástico para niños (tipo kites) y ella se sube y se lanza de frente, de espaldas, de rabo, de hecho creo que se daba bastante aparatosamente en las chichas. En un punto, Mayito se sube pero no cabe en la resbaladilla, y mientras está atorado lo mueven por el estudio con todo y resbaladilla. Luego viene la parte más interesante: la niña (se llama Maruca, by the way, y un logotipo con su nombre aparece mientras está en pantalla, que al otro lado aparece otro con los días u horas que faltan para el partido del Monterrey contra Pumas y un minilogo de alguna marca arriba) trata de contarle algo que le pasó del tipo ‘cosa inocente relatada con un tono eminentemente sexual que al final resulta ser una cosa cualquiera’. En esta parte la chica tiene una frase: ‘Oh-oh’, que es como el preludio a lo que va a contar o lo suelta en las partes donde la narración se pone aparentemente picante, y cuando lo cuenta remata con un ‘¡eso me dijo!’, todo siempre con un marcado acento regio. Cuando se acaba esta parte viene la tercera y última, en la que la chica canta y baila. Primero se pone frente a la cámara, ella hace ojitos mientras el piano repite una nota como si fuera una grabación (como ‘tercamente’) y entonces empieza la tonada de ‘Martinillo’ y cuando empieza la parte de ‘gusto en saludarte’ el tono se mueve al reggaeton (contrario a lo que piensan, en Monterrey les gusta el reggaeton y mucho). Por ejemplo, pregunta por un personaje llamado ‘la chichona’ (no es broma), ella aparece en pantalla, y cuando empieza el reggaeton, Maruca baila de manera tosuda y atrabancada mientras la chichona salía acompañada de unas 4 chicas (ninguna mayor a 19 años) bailando. Luego se acaba y sale el segmento de la payasita Rayita abajo (den click aquí para saber de qué hablo). Nos fuimos a la inauguración de Artemergente.

El hotel estaba a cuadra y media del Metro (o, como se llama allá, el Metrorrey). Del 2008 para acá, subió de $3.50 a $4.50, pero allá te dan descuentos entre más viajes compres. 2 viajes por $8.50, 4 por $16. Además, el domingo es gratis, al menos hasta que empiece el 2011. Para llegar al Centro de las Artes del Parque Fundidora había que subir en Padre Mier, transbordar en la estación principal, Cuauhtémoc, que es el cruce de las dos líneas y bajarse en la estación Y Griega. Cualquiera que haya ido a una inauguración en Casa del Lago o a un evento de teatro o similares dentro del Bosque de Chapultepec sabrá de las complicaciones con las que se topa el sentido común a la hora de pensar por dónde se entra. Es una zona de varios miles de kilómetros cuadrados y uno no puede estar rodeando a ver por dónde aparece una puerta abierta en la noche. En Fundidora nos pasó lo mismo. Tuvimos que rodear como lelos antes de saber que la entrada de ‘Plaza Sésamo’ (que es un parque de diversiones), que estaba hasta el extremo oriente, era la única abierta. Rodeamos, pasamos por edificios que de noche no se les ve forma (el greña criticó la mala iluminación, pero es que en eso trabaja) y cuando pasamos por el Centro de las Artes II pensando que allí era, Silvia Pasquel apareció en un carrito de uso interno, perdida, preguntando por una cosa de teatro. También notamos que en el edificio adjunto guardaban ‘Allotment’ de Gormley, que el sábado veríamos que al parecer le pertenece al Marco y es una de las dos piezas que no se trajeron al DF (curiosamente, esas dos piezas hubieran sido suficiente exposición en vez de las otras). Es raro, es una de las piezas más impresionantes que haya visto (son cientos de esculturas hechas con dos bloques de concreto o madera, uno a medida del cuerpo y la de arriba a medida de la cabeza) y están en un edificio polvoso, con un plástico encima. Me gusta: conservar un cuadro no es más ni menos difícil de conservar que un bloque de concreto, es decir, el cuadro lo puedes mover con las manos, y para el bloque necesitas una grúa, pero al bloque lo puedes poner al sol con un plástico encima, y al cuadro lo tienes que poner en un cuarto a cierta temperatura, y le tienes que hablar para que crezca y todo eso. Como sea, llegamos sudando al Centro de las Artes III justo en el momento en el que daban los premios y las menciones honoríficas. Siempre que participas en algo esperas ganar, no participas pensando ganar, sino que lo esperas una vez que lo hiciste, sin embargo no me sorprendió no ganar, es decir, no se me hizo un huequito en el estómago. Uno de los 4 ganadores es enemigo natural de mi clicka del mundo del arte y enemigo natural mío desde hace unos años (lo vimos hablando en una conferencia sobre arte y violencia –curiosamente, junto con un par de chicas que ganaron hace dos años). Es casi de mi edad, y a pesar de tener cara de barrendero es el sujeto con el tono más fresa que haya escuchado en mi vida, onda ‘pues nada, o sea, sólo fuimos y le estrellamos la botella en la cabeza a este wey y lo grabé, o sea, nada más’. Curiosamente, aunque su obra no me parece, de los 4 su premio quizá haya sido el más prudente. Lo cual, como siempre, habla mal de todo lo demás, pero no de él. Este año, uno de los 3 jueces, en el papel de ‘artista importante’ fue Artemio. Si no lo ubican, es un artista principalmente de video particularmente mediocre y aburrido, a pesar de que su trabajo se basa en la vacilada y el reventón. Aunque este año la bienal estuvo mucho más arriesgada y diversa que hace dos (que fueron 14 artistas con 17 piezas de 1000 que participaron y a la fecha no entiendo cómo logré colarme), hubo muchos momentos que bien podrían jugarle en contra suya. De los cuatro premios de adquisición, podemos clasificarlos en un error por voluntad propia, un error por omisión, un error declarado y el que les decía, el menos equivocado. El error por voluntad propia fue de una artista del DF, presentó 5 trapitos de viene-vienes así, tal cual, con tachuelas rojas en las esquinas y tan-tan. Es el tipo de piezas que puede sorprenderte por esta cosa de la energía social, del impacto de quien usó esas cosas. Pero ya tenemos a Margolles, y aunque suene a lo contrario, creo que es más valioso ver sus piezas, con todo y lo que quieran que se trata de muerte en crudo, que apreciar los trapitos del viene-viene por esta cosa de lo social rough. Me pareció algo más gratuito de lo que debería permitirse una bienal más o menos grande como esta. El error por omisión es de una chica de Mérida (Hola, Poala!) que presentaba unos cuadritos de MDF colocados a unos 5 cm. de la pared, cuyo reverso está pintado y el reflejo ilumina la pared. La pieza podría ser una buena elección, de hecho, la más sana de las 4, pero es una copia exactamente igual que otra pieza de Pablo Vargas Lugo que tienen en Jumex, sólo que en su caso en vez de cuadritos blancos de madera son pirámides en relieve de cartón, mucho más grandes, con el reverso de otro material (supongo madera) y que iluminan la pared, aunque e este caso no sólo está esta cosa de lo sensible, sino también un comentario sobre comunicación social. O sea, que no sólo se trata de una pieza que ya existe, sino que ya era mejor. Estoy seguro que ninguno conoce la pieza, de lo contrario no podrían haberse hecho tontos, pero sí creo que siendo Jumex un lugar donde las cosas se exponen y deben verse, es una falta más o menos grave no conocer la pieza, además de que se trata de un artista mexicano. El error del vato este que les digo que me cae gordo es un cuadro (que según me cuentan mis fuentes, ya pasó a la etapa donde ya los manda a hacer) con un par de documentos: una carta negociando una alianza E.U.A.-México en la primera guerra mundial en la que medio se entreve que podrían habernos regresado los territorios perdidos (bueno, por decir) y otro que es un telegrama con números que seguro son códigos de guerra. Y, finally, el error declarado, el que podría echar a perder todo el evento sin mucho problema es uno de un vato poblano que con la playera blanca y verde de la selección mexicana de fut hizo togas religiosas, onda ‘la masa consumida por el espectáculo’. Ni siquiera creo tener que hablar de esto, ustedes no serán estudiantes de arte, pero agarran la onda, sólo valdría anotar que quizá podría entenderse tomando en cuenta que este vato vive en provincia. Si aquí te molesta que ‘las masas’ vivan del fut y la tele y la religión, pues te distraes con otra cosa, porque vives en una ciudad y tienes una oferta cultural muy abierta. Es probable que ese vato viva en medio de camotes y futbol y nada más. No justifico su pieza, pero podría entender su posición. Como sea, darle un premio a un artista tan declaradamente burdo le jode la carrera. Les apuesto que nunca va a ser nada de él.

Una vez pasada la ceremonia de premiación vi la expo. Mi veredicto general es que la exposición es arriesgada, que trata de abarcar tópicos generales que se ven en el arte hoy (sé que decir el ‘arte hoy’ suena a no decir nada, pero piensen que el 99% del ‘arte hoy’ no se produce aquí, y es importante saber que es ‘el arte hoy’ por lo tanto). Había una curaduría pensada en zonas. Había piezas baratas que son como gags visuales, por ejemplo, cuadros del tachecito que aparece cuando tu compu no carga la imagen o unas cerámicas clásicas en forma de empaques de McDonald’s y similares. Había zonas de ‘experimentación sensible y personal en pintura’, ya saben, con animalitos, pastiches que mezclan manga con pop con realismo y no asustan a nadie (a dos les dieron mención), había una zona de pintura eminentemente personal que era como un muestrario del Vitamin P (onda pintura abstracta muy geométrica y pintura realista que se sale del cuadro y similares), había una zona política (con los premios que les digo), una zona con dibujantes del tipo ‘mi mundo interno, twisted and all fucked-up’ (Daniel Guzmán y José Luis Sánchez Rull son excelentes dibujantes y me gustan, pero definitivamente crearon un monstruo en sus alumnos). Mi zona favorita más o menos era una donde había pintores pero más serios y quizá más pretenciosos, pero un poquitín más confiados en sus propios procesos que en un chiste visual (como pintar un coche en papel y arrugarlo como si hubiera chocado o cuadros à la Julie Mehretu). En esta sección había un par de cuadros de una chica que va en la Enap y con quien tengo amigos en común, pinta como, MUY bien, pero a mí no me gusta. No soy su fan, pero sus cuadros se veían más pertinentes, me cayeron bien. Mis piezas (esta y esta) estaban en una sala que estaba distanciada de la sala principal, y estaba entre dos chicas del DF: una que llevó fotos entre Mónica Espinosa y Robert Smithson y otra que es de mi generación de la Enap, e incluso tenemos amigos en común pero no somos bradas. Como que esa zona era de cosas más bien aisladas, o al menos la mayoría. Curiosa y obviamente, era la zona menos espectacular. No me importa.

La banda regia del mundo del arte, y esto ya lo había visto hace dos años, no es muy distinta de la de aquí, salvo que aparentemente es más escenosa en algunos casos. O sea, en Monterrey, NADA de tenis Nike de colores, flecos con lentes vintage de los 80’s o faldas de lunares como de Minnie Mouse, son más bien elegantes, de vestimenta formal (vestido negro, ya saben) pero luego sí hay unas que llevan faldas de 3 centímetros y anexas. Los vatos son más o menos iguales: playeras polo, camisa, nadie lleva pelo largo, pero eso es común en arte (a menos que seas Ugo Rondinone). En una de esas, frente a un cuadro en el que una chica tipo manga le corta el pene a un mono como de un cuadro del barroco español, un tipo de Aguascalientes o Guanajuato (siempre los confundo, y extrañamente tenía acento, incluso dijo ‘con madre’ –me encanta esa expresión-) me hizo la plática basado en el asombro de la escena. Bueno, dijo ‘está fuerte’ y le respondí porque nunca sabes cuando terminarás en casa de alguien de pura suerte. Dijo que estaba exponiendo en la Biblioteca Estatal, pero que la movieron de la planta alta a la baja. Le dije que iría, pero no pude, aunque al día siguiente pasamos frente a la biblioteca pero no nos nació entrar. Al parecer, cuando hay inauguraciones la banda se apiña en una terraza donde el humo del cigarro se pone densísimo, así que no duramos nada ahí. Una cosa que noté es que como la escena de allá debe ser obviamente más reducida que acá, uno pensaría que la mayoría se conocen o son amigos o algo, pero sólo se veían grupitos reducidos. Mi plan esa noche era hacer plática con el coordinador de exposiciones: hace dos años me echó la mano con gastos y me regaló unos catálogos, y este lo molesté con unas preguntas para el artículo de la revista. Tenía el sueño guajiro que esta vez, por pura buenaondez, me ayudara con el boleto del camión (que subió culeramente de $389 a $735) o me ofreciera una expo individual en Fundidora (hace dos años me pidió que mi pieza circulara por otras exposiciones después de la bienal). Cuando lo busqué ya se me había ido. A eso de las 10 PM llamó Mario Flores, que si no le caía a Guadalajara así, para mañana. Así funciona mayito. Dimos una vuelta rápida a sabiendas que la veríamos por última vez el sábado antes de regresar y nos fuimos de regreso al hotel con la esperanza de llegar antes de las 11 y alcanzar comida, como, un pastel.

El metro de Monterrey, a diferencia de aquí, abre más temprano y cierra más tarde: de 4:45 AM a las 12 de la noche y todos los días, nada de que el domingo abre a las 7, no obstante, como el de aquí, en las noches tarde un poco más en pasar. Cuando salimos, cosa rara, a pesar de estar en una zona comercial del centro de la ciudad, estaba vacío. Jueves a las 11 no es un día de reventón total, pero sí estaba demasiado desolador. Seguro no sería lo mismo en el barrio antiguo, pero se me hizo un poco triste. En efecto, ya no llegamos antes que cerrara el restaurante y la chica nos tuvo que decir que lo lamentaba mucho pero ya no había servicio. Le dije que eso pensamos que pasaría, pero ella insistió en disculparse. Le dije al greña que al menos aún teníamos su pan de dulce que compró en la terminal del DF. Por mal timing, los dos partidos de ida de las semifinales del fut eran a la hora necesaria para que, por la inauguración, no pudiera ver ninguno: el América-Santos era a la hora en que ya debíamos estar saliendo al Fundidora, y el Monterrey-Pumas era a una hora en la que aún estaríamos ahí, no obstante, alcanzamos los últimos 3 minutos. Lo más divertido de ver el futbol es verlo en cualquier lugar que no sea tu casa, así que la idea de ver el fut a gritos en el restaurante del hotel no se pudo. Arriba, después de un intenso zapping (no me sé los números de los canales ni qué canales de deportes había) me enteré que el América había perdido 2-1 con Santos. Durante una hora o más me quedé viendo el análisis del partido en TVC Deportes, donde también son del tipo ‘es que el futbol mexicano es malo, y el América es peor’. Yo estaba reclamando en voz alta las malas críticas y los movimientos del América, pero el greña se quedó dormido de buenas a primeras. ‘Es que caminamos mucho’. Le hice un comentario que apuntaba a burlarse de su hombría basado en su poco rendimiento energético en la jornada diaria, pero tenía tanto sueño que se durmió sin responder. Le pedí que me prestara su nuevo libro de Francis Alÿs e hice comentarios sobre eso de que el artista es quien da las referencias, que normalmente no es el curador quien tiene tanta curiosidad y todo eso, pero el chico en serio se estaba muriendo de sueño. Después de soplarme todo el resumen del Irapuato-Veracruz, me di cuenta que no podía estar viendo la tele con greñas sacando burbujas de la nariz como en caricatura japonesa, así que me dormí a las 00:40 del viernes.

2 comentarios:

Poala dijo...

jojo sí escuche que gano esa chica, es amiga de una conocida, pero ni idea de que había echo.

Mario dijo...

Hola! Muy buena entrada! Me entretuve mucho al leerla. Y me viene bárbaro, ya que a mí me toca despegar hacia monterrey en los próximos días. Gracias!