11 sept 2010

mini post it #4: Marcel Proust, Consejero Vocacional

Es curioso el espacio entre que uno está por dormirse y el momento en que finalmente se duerme, o el espacio entre despertarse y finalmente darse cuenta que se está despierto (como cuando está sonando insistentemente el despertador y no sabes qué diablos son esas molestas emisiones sonoras, como si tu cabeza aún no llegara al archivo 'sonidos-fuentes-causas-explicaciones'). En este espacio (no creo que se le pueda decir tiempo) siempre me pasa que los pensamientos más lúgubres me invaden (¡miren, escribo como Proust!). De niño, pensaba en que algún día, simplemente, me iba a morir. Lo hondo de este pensamiento me asustaba y mucho, pero se disipaba rápido, porque este espacio previo al sueño es muy volátil, y nada se queda mucho tiempo en él. No hablo de asustar como 'un susto', sino un susto tal que, de comprobarse probable, cambiaría tu vida de pies a cabeza (ahí debe haber una curiosa analogía con la frase 'salir con los pies por delante'). Yo de repente tenía pesadillas, como que me secuestraran los ovnis, vistas aéreas tan vastas que parecían mapas, o que la Mona Lisa se bajara de su marco en la sala y se manifestara, ese era mi top 3, pero el terror de pensar en lo que implicaba, finalmente, morir, era de otro tipo. Eso terminó con la niñez, sin embargo su equivalente actual es más perverso: a veces, en este espacio confuso, pienso en mis proyectos y se me ocurre que son una tontería, que están condenados a no realizarse nunca o a no ser mínimamente relevantes, y que toda mi vida como artista no vale un pito. Por ejemplo, ahora que he estado enclaustrado trabajando en unos dibujos, he proyectado un performance que sea parte de la pieza, cosa que nunca he hecho (ya les dije que tengo curiosidad por hacer el ridículo, cosa que ya hago decididamente en este blog), y un par de veces, en la noche, llego a pensar que ese proyecto nunca va a encontrar un lugar y que está hueco, que no vale nada. Así como de niño me decía a mí mismo, para sacarme del trance, cosas como 'no pasa nada, calma', con estas visiones crueles de fracaso lo que me digo es un 'todo va a salir bien, y muy bien', y la cosa se disipa. No lo vuelvo un momento de gloria, es decir, no cambio el fracaso rotundo por el éxito gigante, como la gente que cuando cae en alguna desgracia se dice a sí misma que qué suerte tiene de estar como está (como mi mamá, que dice que le gusta más donde vivimos que en la Del Valle), pero me tranquilizo diciéndome que, oye, en serio, las cosas van a salir muy bien. Si puedo decir que a veces tengo accesos de fe, ya saben, de creer irracionalmente en algo, son estos. Me gustaría tenerlos con menor frecuencia, son demasiado pesados de sobrellevar, como una especie de experiencia penosa por la que todos los seres humanos, muy vulgarmente, tienen que pasar. No sé. ¿Les ha pasado? Si llego a tener éxito, no sé con qué me atormentaré por las noches, quizá con mi salud o la felicidad o seguir soltero, supongo que eso es lo que hace que las personas se hagan aburridas cuando crecen. Cuando la gente habla sobre lo maravilloso que es ser niño me molesta: ser niño es traumático y tienes que ir a la escuela y tienes miedo casi siempre, como ahora, sólo que en esos tiempos no sabías por qué. La verdad no, lo traumático es recordar cuan bien te lo pasabas y que eso ya nunca va a volver. Mike Kelley dice que los artistas son personas a las que cierto privilegio social les permite actuar de maneras que no se esperan de los adultos. En esa acepción, me gusta la idea de algo así como ser niño toda la vida y seguir emocionándose con un disco nuevo a los 65 años. Nunca he entendido a las personas que no son fans de nada y que no se emocionan con casi nada. El punto de este post es que ese momento ambiguo, creo que se le llama duermevela, es un espacio tétrico.

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