20 nov 2007

Fui a ver al Ensemble Intercontemporain a la sala Nezahualcoyotl anoche. Salí de casa con una hora y media de anticipación. El camión que me lleva a San Ángel tardó en pasar. Hice una hora para llegar al CCU, debió ser mucho menos. No tenía previsto ir, no me llamaba la atención por el programa, desconocía a la mayoría de los compositores. Aún así, con bastante esperanza, fuí. Como no tenía boleto me dirigí a la taquilla y me formé en una de las dos filas. Una era para boletos de primer piso y la otra para orquesta y coro. Yo iba a segundo piso, la ventanilla estaba cerrada. Me imaginé cosas, como que se hubieran acabado los boletos baratos o algo, así que me salí de la fila y me asomé al panel donde no había mayor información. Regresé a la fila, lo peor que podría pasar es que no hubiera boletos y tuviera que regresar a casa. Para cuando me volví a formar se había metido una pareja, como de treinta o casi cuarenta años cada uno. No me importó, detesto las prisas y más aún la idea de que debería tener prisa. Segundos después se acerca un hombre, también como de cuarenta años, aunque parece más viejo, tal vez tenga cincuenta, soy muy malo para calcular edades. Parecía del tipo trastornado o demasiado preocupado. Tal vez prisas. Aborda a la pareja, no pesco todo lo que dice con vasta claridad, pero entiendo que les ofrece (aunque todo el tiempo habla con el hombre) un boleto de cortesía, gratis, seguro lo plantaron o desde siempre le sobraba un boleto. Le dice que se lo da y ya, es todo. No pasa nada de tiempo para darme cuenta que, de haberme quedado en mi lugar desde un principio, de haber evitado la duda sobre si puede pasar lo peor, que quiten la sección, la única sección a la que iba a ir, de no ser por eso, el sujeto me habría abordado a mí, me habría dado el boleto a mí, voy a mi lugar, me siento y ya. Pero no fue así. Cólera revestida de un sentimiento de estupidez brutal. Estoy algo acostumbrado. Pocos segundos después viene algo similar. Otro sujeto, del mismo tipo trastornado aunque seguramente pasando los cincuenta años me pregunta si quiero comprar dos boletos de $65, le digo que vengo solo, me ofrece uno entonces, no veo posible problema, la ociosidad que requeriría falsificar boletos de la sala Nezahualcoyotl rebasa a cualquier concierto de música contemporánea, tal vez al sujeto también le sobraron boletos, comprémosle uno y ya. Me hace salirme de la fila, evidentemente no quiere que se le vea cerca de la taquilla revendiendo boletos, me pregunta, enfilándonos hacia la zona de las escaleras y los baños, si traigo el dinero, respondo que sí y saco la cartera, considera suficiente el detenerse frente al baño de mujeres, completo los sesenta y cinco, abre la palma de la mano para recibir el dinero. Normalmente, por no decir casi toda mi vida, he procurado que no parezca que desconfío de nadie, no parecer hostil, no es que me importe realmente, pero me parece agresivo ser hostil la mayor parte del tiempo, como tantos otros, me incomoda parecer hostil; aún así, con el dinero en la mano, le digo:
-¿Y el boleto?
-Aquí está
Y saca un par de entre unos volantes, me río un poco como para disminuir la tensión de alguien que te exige le muestres lo que te está vendiendo con tanta desconfianza, me da uno y le extiendo el dinero. Lo reviso, es una cortesía, como la que el otro sujeto acababa de regalar a la pareja enfrente mío. Indignado, sin pensar mucho, intentando no pensar mucho, le repliqué:
-Oiga, pero esto es una cortesía
-Sí, se la dan a mis muchachos
-Sí, pero este a usted no le costó nada y a mí me lo quiere vender a $65
Y aquí el tipo balbuceó algo así como “es de los camiones de mis chavos” o algo así. No entendí casi nada de eso, aunque evidentemente el sujeto pretendía atacar por el lado sensiblero, claro, vende los boletos que le regalan a sus hijos para que puedan desplazarse a la escuela. Esto no lo pensé en ese mismo momento a decir verdad. Yo le dije:
-Sí, pero a aquel (me refería al sujeto frente a mí en la fila que acababa de dejar) le acaban de regalar uno y tú me los quieres vender.
Y el tipo se indignó enormemente, decía que me los ofrecía por si los quería, si me servían. Me dijo, “entonces no” y me regresó mi dinero mientras le daba su boleto y se fue. Obviamente, me estaba haciendo un favor, un enorme favor, seguramente; me vendía boletos de cortesía a precio de estudiante de un concierto semi desierto en lunes argumentando piedad y algo de lástima, tal vez suponiendo que, dadas las circunstancias, sería difícil conseguirlos, sobretodo para alguien que estaba formado en la taquilla, haciendo como si me estuviera haciendo un favor. En verdad que no entendí del todo bien lo de los camiones de sus hijos, si con el dinero de esos boletos pretendía o suele pagarlos; no me importa, la verdad me importa un carajo, espero que se atragante con sus jodidos boletos.
Me regresé a la fila por segunda vez en unos minutos, no me podía sentir más imbécil. Otras tres o cuatro personas delante de mi antigua posición. Yo iba a esperar mi turno pacientemente. Al parecer no sacaron a la venta el segundo piso pero por el mismo precio te daban orquesta o coro, escogí orquesta, si no le estaría viendo las nucas a los músicos. Tomé mi lugar y leía el programa. La pieza del único compositor que conocía, Derives, para seis instrumentos, de Pierre Boulez, tendría que durar 20 minutos. No llegó ni a la mitad, todos nos quedamos pensando en qué pasó. Sin embargo el concierto valió la pena, sobretodo por la última pieza, Le Sette Chiese, para ensamble, de Bruno Mantovani, de 33 años, que duró unos 36 minutos. No había escuchado nada parecido antes, tal vez algo de Morton Feldman me lo recuerde, pero fue una pieza muy extraña. Me encantó, el final fue fantástico. Me sorprendí mucho.
Cuando todos salimos ya eran las 10:15 pm, al camión que me lleva a mi casa desde San Ángel difícilmente lo veía laborando a esas horas, así que me dirigí al metro CU. De las decenas, o tal vez un par de centenas (también soy muy malo calculando cantidades) de personas que asistimos esa noche al Centro Cultural Universitario yo fui al único al que se le ocurrió ir caminando al metro. De hecho no había otra manera de llegar allí: siendo día feriado, el acceso vehicular estaba cerrado y por supuesto no había transporte. Caminé sin prisa, me esperaba que al pasar por la caseta de vigilancia de Insurgentes me llamarían sin mucha gana diciéndome que el acceso al metro estaba cerrado. Nadie dijo nada. Todo el camino de vuelta pensaba en esto y me exasperaba de antemano ante tal negligencia. El peatón tiene tantas desventajas en casi todos lados. Me enojaba la idea de caminar hasta allá para encontrar todas las puertas cerradas, gente que se limitaba a hacer su trabajo lo menos posible, o de ser posible, no hacerlo. Preveía (aunque nunca sirve de nada) mi actitud resultante, enojado, por no decir fúrico, como un completo lerdo que a pesar de saber lo que puede pasar (aunque no debería) va y hace lo que no se supone que haga. Sin embargo la irritación se redujo cuando vi que había un par de puertas abiertas (una abertura apenas lo suficientemente ancha para que alguien pasara de lado).
Mientras caminaba por el circuito Mario de la Cueva de Ciudad Universitaria no pasaba gran cosa, en algún momento, al pasar bajo una lámpara, se escuchaba la vibración bastante fuerte del foco, se escuchaba el rechinar de mis tenis a los que se les está despegando la suela por quitármelos sin usar las manos al llegar a casa, los olores cambiaban drásticamente. En un momento se me ocurrió caminar con los ojos cerrados, no había nadie en kilómetros a la redonda (literalmente) y no podían pasar coches detrás de mí: no aguanté ni quince segundos, caminaba chueco, vacilante, percibía los olores más fuertemente, se escuchaba todo. Creo que era una sensación muy agradable pero por alguna razón no aguanté nada. Abrí los ojos y seguí caminando sin modificar mi paso. Me gusta mucho caminar, y el poder hacerlo sin gente ni coches cerca era justo, me figuraba hacerlo más seguido, sobretodo de noche, se supone que es más peligroso que de día, pero casi no hay gente, es una verdadera pena que sea peligroso. Ya en el andén del metro vi mi reloj (no sé por qué): eran las 11:10. El camino había sido bastante más largo de lo que en un principio creí que iba a ser.
De regreso en el camión que me lleva a mi casa (bendita sea su efectividad, lo he tomado un domingo a las doce de la noche y allí está) comencé con Las Partículas Elementales, de Houellebecq. Muy pocos autores me despiertan tanta emoción cuando los comienzo a leer, reconoces en lo más ínfimo una buena razón para hacerlo mientras estás iniciando. Creo que más bien, ningún autor me emociona tanto, tal vez Beckett o Borges, pero es distinto. Por supuesto, no pretendo hablar de libros ni estropearle nada a nadie que planeé leerlo, pero en las primeras páginas habla, entre otras cosas, de un sujeto que compra un canario y eventualmente se muere. Dice que normalmente al llegar a su casa era recibido por silbidos y gorgojos, que duraban de cinco a diez minutos, y que un día sólo había silencio. El canario que se murió el martes pasado también hacía un gran alboroto cuando llegaba, lamentablemente su muerte fue menos casual; cuando volteé a su jaula sabía que iba a estar muerto. No sé, lo siento, pero me pareció demasiado exacto como para que no me llamara la atención.

8 comentarios:

Miss Pinky dijo...

post muuy largo ahora ando haciendo tarea prometo regresar y leerlo con calma
besos

C. De La O dijo...

Quiero Plataforma...
Así podemos organiar una mesa redonda de porque nuestro frances es el consentido.

Hizo bien querido Bob, ni madres de comprar boletos de cortesía -aunque así fue como fuí a ver a Blur, pero yo no pague...-

Anónimo dijo...

MMm, eso de "es para mis chavos", en lugar de lado sensible me parece como escuela de delincuentes... ¿Y el concierto, bueno? Ya me dio curiosidad el libro, voy a revisar, porque no sé nada al respecto.

Ruy Guka dijo...

Lo leí todo. Pero está muy largo. El relato debió terminarse en el final del concierto. Es una mera sugerencia, espero no agredirte con mi comentario, a mí tampoco me gusta ser hostil.

Radharani dijo...

Todo, todo el relato pensé que algo malo iba a pasar, yo soy una perra paranóica en las calles, ir con un ñor que promete venderme un boleto a loscurito no es para mi.

Miss Pinky dijo...

ya lo leí!! laaargo pero bueno...que ojt vendiendo cortesías...
besitos
y si fue muy exacto

El Mareo dijo...

Necesitas novia urgentemente. Y también madrearte a Ruy, te anda buscando pedo muy cabrón.

Octopus Queque dijo...

Al menos el concierto valió la pena, bonito sabor aquél de la satisfacción musical.
El canario, suena tan triste la historia. Mejor comprate un hurón, es lo que yo haré. Lo meteré clandestinamente, espero que el amiguito también coopere.

Las vibraciones en los focos rockean totalmente. Qué bonito tambiém eso de notar tantos detalles ;)

Saluditos tronados.